De alternativas, heterodoxias, y otras disidencias.

domingo, 28 de marzo de 2010

AGORAfilia y AGORAfobia (10 bis): ¿Jesús era feminista?

Hace ya más de un mes que dejamos pendiente el comentario del artículo de Leonard Swidler que daba título a la entrada: Jesús era feminista. Hoy, que retomamos el asunto, se observará que ese mismo título va entre interrogantes, y ello por varias razones que explico a continuación.
En primer lugar, he de confesar que nunca fue de mi agrado un título tan categórico y un tanto cronocéntrico, en el sentido de proyectar categorías de nuestro tiempo a dichos y hechos de hace veinte siglos. No obstante, el autor intenta aclarar los términos desde el principio del artículo. Merece la pena detenerse en tales aclaraciones, pues nos han de servir de referencia para la polémica posterior:
“Por feminista entendemos a una persona que está a favor de la igualdad de los hombres y las mujeres y promociona el reconocimiento de esa igualdad; una persona que aboga por y practica el trato de las mujeres, primeramente, como seres humanos (de la misma manera que son tratados los hombres) y voluntariamente contraviene costumbres sociales al actuar así. Para probar la tesis enunciada, debe ser demostrado, hasta donde sea posible, que Jesús no dijo ni hizo nada que pudiera indicar que abogaba por una consideración de la mujer como intrínsecamente inferior al hombre, sino que, por el contrario, dijo e hizo cosas indicativas de que pensaba en las mujeres como iguales a los hombres y que, mediante una tal actitud, violó voluntariamente las costumbres sociales vigentes”
Luego veremos si los testimonios aportados se ajustan o no a tales criterios.
El segundo motivo para poner entre interrogantes la afirmación acerca del feminismo de Jesús ha sido el encuentro con dos sesudas monografías recientes sobre el tema, una del prestigioso erudito Antonio Piñero, Jesús y las mujeres (Aguilar, Madrid 2008), y otra de José Ramón Esquinas Algaba, Jesús de Nazaret y su relación con la mujer. Una aproximación desde el estudio de género a partir de los evangelios sinópticos (Academia del Hispanismo, Vigo 2007). En ambas se concluye que es del todo excesivo atribuir a Jesús un mensaje igualitario y feminista. Así de tajante es Esquinas: “el mítico mensaje igualitario de Jesús de Nazaret no existió nunca. Y tampoco en el cristianismo primitivo, el grupo que se constituye inmediatamente, tras su muerte” (p. 210). Algo más moderado, concluye Piñero: “realmente el Jesús histórico trastocó hasta cierto punto ciertos valores religiosos de la sociedad de su tiempo, pero no parece en verdad que pusiera los fundamentos teóricos para una nueva consideración del papel de a mujer en esa sociedad en la que vivió” (p. 279).
En estas dos monografías se desmontan uno a uno los argumentos a favor de la supuesta defensa de posturas feministas e igualitarias por parte de Jesús. Pero lo primero que me llama la atención es que en sus respectivas bibliografías -en la de Esquinas se citan hasta 106 autores- no se cita el pionero artículo de Swidler (publicado en 1971), ni el no menos interesante de Schalom Ben Chorin (el teólogo judío ecumenista que publicó en 1967 Hermano Jesús: el Nazareno desde el punto de vista judío). Curiosamente, el artículo de Ben Chorin lleva el mismo título que el libro de Piñero, pero añade un subtítulo muy sugerente: Jesús y las mujeres. ¿Estuvo casado el Nazareno?. No parece probable que esta omisión bibliográfica se deba al desconocimiento. Por lo menos en el caso de Antonio Piñero es harto improbable, pues el artículo de Ben Chorin fue publicado en castellano en una curiosa y marginal revista de finales de los '80 del pasado siglo en la cual el propio Piñero también colaboró. Me refiero a HETERODOXIA, dirigida por Manuel García Viñó, de la cual llegaron a salir 16 números trimestrales entre 1988 y 1991. Como es difícil de conseguir, me he permitido escanear el artículo de Ben Chorin y subirlo a este blog (véase más abajo) con la herramienta Scribd.
Si la omisión bibliográfica no se debe al desconocimiento, ¿será tal vez por considerar poco documentadas las tesis de Swidler y de Ben Chorin?
Ya va siendo hora de detenernos en el prometido resumen del artículo de Swidler. En el índice ya se muestra que el análisis, aunque apretado y conciso por tratarse de un artículo, es bastante completo:
1.Tesis
2.Definición de los términos
3.El status de la mujer en Palestina
4.La naturaleza de los Evangelios
5.Las mujeres y la resurrección de entre los muertos
6.Las mujeres discípulas de Jesús
7.Las mujeres como objetos sexuales
8.El rechazo, por parte de Jesús, del tabú de la sangre
9.Jesús y la samaritana
10.El matrimonio y la dignidad de la mujer
11.La vida intelectual para las mujeres
12.Dios como mujer
Conclusión
Me he permitido seleccionar y reordenar los datos de Swidler, y añadir algunos matices y referencias de interés. Para no hacer muy pesada la lectura, no seré exhaustivo con las citas evangélicas, qué fácilmente pueden ser encontradas en el artículo.
Comenzaré por el punto nº 5. El dogma cristiano de la resurrección, aunque difícil de digerir para más de un cristiano -como fue el caso del neoplatónico Sinesio-, era sin duda uno de los emblemas distintivos de la nueva religión que, por ello, se convertiría también en requisito de autoridad apostólica: los personajes que gozaban de mayor autoridad entre las primeras comunidades cristianas eran precisamente aquellos que habían sido testigos de la resurrección de Cristo. Véase al respecto el pasaje en el cual es nombrado Matías como sucesor apostólico de Judas, en Hechos 1, 21-22: “es necesario que de los hombres que nos han acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús vivió entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan, hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea constituido testigo con nosotros de su resurrección”.
Pues bien, si hacemos caso a los cuatro evangelistas, fue María Magdalena, bien acompañada de otras mujeres o bien ella sola, la primera testigo de la resurrección. De ahí que en la tradición medieval -al menos desde De vitae beatae Mariae Magdalenae de Rabano Mauro, en el s. IX- fuese conocida como apostola apostolorum, es decir, la apóstol de los apóstoles, la que llevó el mensaje central de la resurrección a los propios mensajeros.
No acabo de entender qué hay detrás de los intentos tanto de Piñero como de Esquinas por echar abajo tan reveladora tradición. Forma parte de lo que podríamos llamar el affaire Magdalena, bastante complejo y recientemente muy manoseado, sobre todo a partir de la novela-película “El código Da Vinci”. No vamos a meternos ahora a desfacer tuertos ajenos, pero sí a poner el interrogante en esas desautorizaciones de la tradición evangélica y medieval sobre Magdalena como primera testigo de la resurrección. Piñero sostiene (pp. 214-217) que la única historia verídica es la que cuenta Marcos (16, 1-8) -la fuente evangélica más antigua- según la cual las mujeres habrían huido despavoridas y habrían guardado silencio sobre el mensaje del ángel que les había anunciado la resurrección de Jesús. Los otros evangelistas, según Piñero, intentarían corregir esta negativa imagen de Marcos dándole un giro y poniendo a Magdalena y las mujeres como auténticas y gozosas apóstolas. La cuestión es por qué en una tradición tan declaradamente patriarcal, y en una comunidad dirigida por y para hombres habrían de tener interés alguno en limpiar la imagen de una mujer…que luego sería tan claramente difamada en los siglos posteriores, pues pasaría de ser la apostola apostolorum a ser la beata peccatrix o castissima meretrix, es decir, la “santa puta”, con perdón.
En cuanto a la bella escena amorosa relatada por Juan (cap. 20) (donde Magdalena responde a la llamada de Jesús -¡Mariam!- con la expresión ¡Rabbuní!, “maestro mío”, y él, cuando ella intenta acercarse, le suelta el enigmático Noli me tangere, “no me toques”), Piñero se limita a resaltar su carácter “místico, a veces simbólico, y con ribetes de un cierto protognosticismo”, negándole por completo cualquier vestigio de historicidad (pp. 218-219). Sin embargo, no deja de resaltar la importancia que el evangelio de Juan le da en exclusiva a esta mujer y se pregunta “¿por qué a ella?”, respondiéndose seguidamente: “No lo sabemos exactamente, pero sí podemos afirmar que parece inútil ver en la escena del capítulo 20 cualquier significado erótico”. Y yo me pregunto, si no sabemos los motivos de Juan para resaltar el papel de esta mujer, ¿cómo es que sí sabemos -o al menos Piñero- que desde luego no fueron cuestiones de índole erótica, como una posible relación sentimental -o incluso matrimonial- entre Jesús y Magdalena?
Por lo que respecta a los argumentos de Esquinas, escuchemos sus conclusiones:
“María Magdalena, sólo en Jn y en Mt, es testigo de la resurrección, y solamente en Jn se encuentra a solas con el Resucitado. En Mt —cuyo honor de ser las primeras testigos es compartido con los guardias— las mujeres son sólo el primer acto inseguro que culminará con el refrendo definitivo en la aparición a los varones. En Jn, el apóstol amado es el primer creyente, el que cree sin haber visto siquiera el cuerpo redivivo del Nazareno. María Magdalena será la primera testigo, pero todo hace pensar que con la intención de desbancar a Pedro y legitimar así las extrañas doctrinas de Jn, que aunque no sean plenamente gnósticas, van camino de iniciar una tradición que culminará siéndolo”. (p.197)
Efectivamente, serán los llamados gnósticos, -que a sí mismos se consideraban sencillamente cristianos-, quienes desarrollen esta tradición del papel destacado de Magdalena como discípula e incluso como esposa de Jesús. El fetichismo historicista de nuestros dos autores es el que les impide ver que, sea como fuere lo realmente acaecido -¿acaso podemos saberlo?-, es un hecho documentado el que en ciertas comunidades cristianas primitivas -gnósticas o no- se tuvo en alta estima la figura como discípula de María Magdalena, y, por tanto, de una mujer.
Por lo demás, Swidler nos hace notar que hay otras tres resurrecciones relacionadas con la mujer: la hija de Jairo –aquí Jesús toca el cadáver, lo cual supone una transgresión de la Ley, pues sería ritualmente impuro-, el hijo de la viuda de Naín y la de Lázaro –a petición de Marta y María-.
Por cierto, que es a una mujer, a Marta, a la cual le revela lo que no había dicho a ningún discípulo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Siguiendo con esa escena, que no tiene desperdicio, tenemos que Jesús parece reivindicar la posibilidad de una vida contemplativa para la mujer y declararse contra el estereotipo de papel sumiso femenino cuando le dice a Marta, preocupada porque María abandona las tareas domésticas para escuchar a Jesús, que “María ha elegido la mejor parte”. También Ben Chorin resalta esta “figura insólita” (p.45)
Luego tendríamos el papel de las llamadas discípulas de Jesús, las diaconisas, papel también cuestionado por nuestros autores críticos. En cualquier caso, como ya dije anteriormente, parecen pasar por alto el hecho documentado de que en ciertas comunidades cristianas primitivas -como los quintilianistas que nombraba Epifanio y citamos en la entrada anterior- las mujeres oficiaban incluso como obispos.
Por fin, me parecen reveladoras, como a Swidler y a Ben Chorin, -no así, desde luego, a Piñero ni a Esquinas-, una serie de transgresiones de Jesús a los rituales de “pureza y peligro”, que diría Mary Douglas, impuestos por la Ley: como ya hemos dicho, tocó el cadáver de una mujer (la hija de Jairo); se dejó ungir por una prostituta; perdonó a una adúltera; curó a una hemorroísa -un mujer con flujo menstrual constante, por tanto, permanentemente impura-; conversó con una samaritana -un rabino dirigiéndose a una mujer, y, además, no judía- y no fue precisamente una conversación baladí: como dice Swidler, “por primera vez y de una manera explícita, se reveló a sí mismo como el Mesías”.
Queda por ver el sugestivo apartado que Swidler dedica a “Dios como mujer”, pero es un tema lo suficientemente jugoso como para saborearlo en otra ocasión. De momento, ahí va el artículo de Ben Chorín, que incide en muchas de las cuestiones comentadas, e introduce otra no menos jugosa, y que también será objeto de futuras indagaciones, a saber: si Jesús estuvo casado o no.
Por lo que respecta a nuestro debate, en mi opinión Swidler cumple bastante bien con las expectativas que se había propuesto en la introducción aclaratoria de los términos. Y en cuanto a las serias objeciones esgrimidas por Piñero y Esquinas, creo que al primero le ciega su meticulosidad filológico-historicista, que le impide captar cierto espíritu de la época que, desde luego parecía apostar por la igualdad de la mujer, mientras que el segundo está, en mi opinión, un tanto intoxicado por el reduccionismo materialista filosófico de su venerado maestro Gustavo Bueno -y su dogmático-enigmático “cierre categorial”-, lo cual le sitúa en un horizonte de comprensión donde no sopla ningún espíritu, y en el caso de que lo hiciera, pronto sería reducido a mero gas...
Jesús y las mujeres-S. Ben Chorin

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Filósofo, poeta, y antropólogo un tanto misántropo