De alternativas, heterodoxias, y otras disidencias.

domingo, 29 de noviembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (5): Hipatia, matemática y mística

Consideremos ahora por qué estimo inadecuada la otra opinión generalizada sobre el tema de la película ÁGORA, es decir, por qué creo que no se trata de un conflicto entre razón y fe, entre ciencia y religión. En este, como en otros asuntos, la película se muestra ambigua. Por cierto, que a ello se debe el título que acompaña a estas digresiones, AGORAfilia y AGORA fobia: mi relación de amor/odio con un film excepcional en muchos sentidos –sobre todo los técnicos- y deficiente en algunos otros -sobre todo en las manipulaciones de los documentos que el guión se permite-. La película nos presenta, en principio, a una Hipatia dedicada, tanto en sus clases como en sus indagaciones particulares, casi exclusivamente a cuestiones matemático-astronómicas. De este modo, con una visión cronocéntrica que proyecta sobre el pasado nuestros esquemas actuales en torno a la ciencia, se nos presenta a una Hipatia inmersa en cuestiones estrictamente científicas y ajena totalmente a cuestiones de tipo espiritual. Vamos, que es una científica muy alejada de las especulaciones teológicas. Si eso es lo habitual en nuestros días, lo cierto es que tal divorcio entre ciencia y religión no se llevó a cabo hasta bien asentadas las ideas de la Ilustración. El mismísimo Newton no veía en el espacio y el tiempo absolutos otra cosa que la presencia perenne e ilimitada de Dios.

En la película se pasa por alto el hecho de que Hipatia era una filósofa neoplatónica. Tal vez más cercana al intelectualismo de Porfirio que a la teúrgia de Jamblico o de Proclo, pero en cualquier caso preocupada por cuestiones espirituales del más alto nivel. Según nos cuenta Porfirio, en su biografía de Plotino, el fundador del neoplatonismo experimentó hasta cuatro éxtasis místicos en su presencia. En su Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía y la religión[1], Sir William Cecil Dampier lo expresa claramente: “El neoplatonismo y la primitiva teología cristiana crecieron juntas, reaccionando recíprocamente una sobre otra –en realidad, acusándose mutuamente de plagio-. El cristianismo, lo mismo que el neoplatonismo, está basado en el presupuesto fundamental de que la realidad última del universo es espíritu, y en la edad patrística adoptó la actitud suprarracional neoplatónica.” (DAMPIER 1997:94)

No podía ser de otro modo, cuando, desde Pitágoras y Platón la geometría y la astronomía no eran sino los vehículos más puros y adecuados para acercarse a las cuestiones divinas, algo así como el lenguaje de los dioses. Y así, sin duda, lo entendía Hipatia y lo trasmitía a sus discípulos, según da fe Sinesio cuando se refiere a sus enseñanzas como la “sagrada geometría” (hierâs geometrías) o la “divina geometría” (theía geometría) (carta 93). Precisamente es de las cartas de Sinesio de donde podemos extraer material suficiente para hacernos una idea de las enseñanzas de Hipatia. Así lo hace magistralmente María Dzielska en el libro citado. Baste con mencionar los significativos tratamientos que la filósofa recibe de su fiel discípulo Sinesio: “muy venerable filósofa, predilecta de la divinidad” (carta 5); “la auténtica maestra de los misterios de la filosofía” (carta 137); “esa sagrada mano que medió entre nosotros” (cara 133); “tu alma divinísima” (carta 10); “su divina voz” (carta 5)

Este vínculo clásico y habitual entre matemática y mística estuvo sin duda presente en la educación de Hipatia, pues su padre, el matemático Teón, era muy dado a los misterios y a las revelaciones de Hermes y de Orfeo. “Empapada en la tradición, la familia lee con toda seguridad la revelación de Hermes, los escritos teológicos órficos, diversos textos griegos de adivinación y manuales de astrología” (DZIELSKA 2006:90) Un poema astrológico que figura en el Corpus Hermeticum, entre los Extractos de Estobeo (XXIX), ha sido atribuido a Teón:

DE HERMES. [SOBRE EL DESTINO][2]

Siete astros errantes por todo el espacio describen su órbita en el umbral del Olimpo y la eternidad avanza por siempre entre ellos: la Luna luz de la noche, el sombrío Crono, el dulce Sol, la pafiana[3] con el lecho nupcial, el agresivo Ares, Hermes el de las bellas alas y Zeus protogenerador, de quien la naturaleza nació. Repartido está entre ellos el linaje humano y en nosotros habitan la Luna, Zeus, Ares, Afrodita, Crono, Helios y Hermes, pues del etéreo aliento aspiramos llanto, risa, cólera, generación, palabra, sueño y deseo. El llanto es Crono, la generación Zeus, la palabra Hermes, la ira Ares, el sueño Luna, el deseo la de Citerea[4] y la risa Helios, porque, en justicia, por él ríen toda inteligencia mortal y el ilimitado cosmos.

Al parecer, según los estudiosos del tema, tal interés por las ciencias ocultas era habitual entre los matemáticos alejandrinos (cf. G. Fowden y J.C. Haas, en DZIELSKA 2006: 89)

Matemática y mística irán de la mano al menos hasta Boecio (480-525), tal vez el último baluarte de tal espíritu de la antigua filosofía, que escribió compendios, comentarios y tratados inspirados en los griegos sobre las cuatro disciplinas matemáticas que enseñaban los pitagóricos -aritmética, geometría, astronomía y música-, a las que denominó quadrivium, y que sirvieron de base para la enseñanza en las escuelas monacales del Medioevo. Poco después de su muerte, por una orden de Justiniano en 529 se cierran las escuelas de filosofía de Atenas “en las que por aquél tiempo se enseñaba un neoplatonismo místico medio cristiano: con ello pretendía el emperador borrar, por una parte, los últimos vestigios de la enseñanza de la filosofía pagana, y, por otra, suprimir toda competencia con las escuelas cristianas oficiales.” (DAMPIER 1997:97)

Habrá que esperar al Renacimiento para reencontrar esos aires de divina geometría. En el siglo XV, el cardenal y filósofo Nicolás de Cusa, en De docta ignorantia, recordaba así esa tradición mística:

“De tal modo Boecio, el más ilustre de los romanos, sostenía que nadie que no se ejercitara profundamente en las matemáticas podría alcanzar la ciencia de las cosas divinas. ¿Acaso Pitágoras, el primer filósofo, tanto por el nombre como por los hechos, no puso en los números toda la investigación de la verdad?”[5]

Precisamente en ese primer libro de La docta ignorancia, Dios es presentado por Nicolás de Cusa como la plenitud a la que nada falta. Él es la coincidentia oppositorum, pues en Él coincide todo lo que fuera de Él es pensado como distinto por nuestro entendimiento. En el infinito los contrarios se concilian, como nos muestra la Geometría, pues la curva de una circunferencia de radio infinito puede pensarse como una recta:


“Así pues, si la línea curva tiene menos curvidad cuando la circunferencia sea de mayor círculo, la circunferencia del círculo máximo, mayor que la cual no puede haber otra, es mínimamente curva, por lo cual es máximamente recta.” (lib. I, cap. XIII)

El espíritu pitagórico del cusano influyó sin duda en Johannes Kepler, el responsable de dar cobertura matemática al heliocentrismo de Copérnico con sus famosas tres leyes sobre el movimiento de los planetas en sus órbitas elípticas. Sin embargo, suele olvidarse que su ocupación oficial eran los almanaques astrológicos, que estaba convencido de que Dios creó el mundo teniendo en mente a las armonías matemáticas, y que por ello la primera formulación de la tercera de sus famosas leyes aparece en un libro esotérico de 1619 que rezuma pitagorismo: Harmonices Mundi, Las Armonías del Mundo. Los pitagóricos habían logrado conjugar las cuatro divinas artes matemáticas –aritmética, geometría, música y astronomía- en una visión colosal y sublime: la música de las esferas. El razonamiento que les llevó hasta ello es, desde sus supuestos, impecable: todo movimiento armónico –vibración, diríamos hoy-, produce un sonido; el movimiento más perfecto es el circular; los astros se mueven con movimiento circular; luego los astros producen al moverse…un sonido perfecto. Se cuenta que a Pitágoras le objetaban: “¿y cómo es que no se escucha tan maravillosa sinfonía cósmica?” Y que él, al parecer, respondía: “porque hacemos demasiado ruido…” Amén. Parece ser que Kepler no se resignaba a sufrir este mundanal ruido y, ni corto ni perezoso, se aplicó al titánico proyecto de escribir algo así como la partitura de esa sinfonía cósmica, relacionando los poliedros perfectos o sólidos de Platón con determinadas escalas musicales y con los movimientos planetarios. Tan apoteósico como indescifrable. Para quien quiera adentrarse en los laberintos geométricos de la obra original ahí van unas muestras:

Aterrizando de nuevo en Alejandría, quiero aclarar por qué decía que el film de Amenabar se mostraba, a mi parecer, ambiguo a este respecto. Si bien, como he dicho al principio, se nos dibuja a una Hipatia aplicada con asepsia a la astronomía, sin contaminación aparente de especulaciones metafísicas, al final una escena, en mi opinión muy lograda, nos la muestra, a punto de morir -ahogada por piedad por su antiguo esclavo Davo- en actitud casi de éxtasis místico contemplando como la claraboya circular del templo en el que se halla -¿el Cesarión?-, vista desde el lado donde ella está situada....¡es una elipse! Y es que anteriormente se nos había sugerido que tal vez a Hipatia, experta en las secciones cónicas, se le habría ocurrido lo que siglos más tarde descubriría –no sin gran disgusto para sus pitagóricas creencias- el citado Johannes Kepler: que los planetas no se mueven en órbitas circulares, sino elípticas. La sugerencia del guión según la cual Hipatia habría hecho compatible su devoción pitagórica por el círculo con el nuevo hallazgo al darse cuenta de que la elipse no es más que un círculo visto en perspectiva, me parece magistral. Al menos al final se nos muestra un resquicio de la divina geometría de la que hablaba Sinesio…


[1] En Tecnos, Madrid, 1997

[2] Cito la traducción de Xavier Renau Nebot en Textos Herméticos, Gredos, Madrid, 1999; p. 417

[3] Se refiere a Afrodita, de quien se dice que nació en la ciudad chipriota de Pafos

[4] La isla jónica de Citera es otro de los lugares que se atribuyen el nacimiento de Afrodita

[5] Libro I, capítulo XI; página 49 de la edición en castellano de Aguilar, Madrid 1981

jueves, 19 de noviembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (4): Hipatia…¿cristiana?

En mi segundo post sobre este tema, defendía una doble tesis, contraria tanto a la leyenda como a la opinión al uso, a saber: que, por un lado, más que un conflicto entre paganos y cristianos se trataba de un conflicto entre diferentes grupos de cristianos; y, por otro lado, más que un conflicto ideológico entre ciencia y religión, o entre razón y fe, se trataba de un conflicto político entre diferentes facciones en lucha por el poder. Sobre la primera cuestión, sólo añadir a lo dicho que un testimonio tardío, el que aparece en la Suda -gran enciclopedia bizantina del s. X- parece indicar que se trataba de un conflicto entre diferentes grupos de cristianos cuando caracteriza a Cirilo como “obispo de la facción contraria” (tên antikeiménên hairesin). El término utilizado, hairesis, es precisamente el origen del término herejía, y se refiere a un grupo de creyentes que sostienen una opinión particular sobre alguno o algunos puntos de una misma doctrina. En este sentido, el testimonio de un contemporáneo de Hipatia, Filostorgio, incide en lo mismo cuando nos dice que “fue despedazada por los defensores de la homousía”, entendiendo por tales a los seguidores triunfantes del credo de Nicea, que estableció definitivamente la consustancialidad del Padre y del Hijo, en contra de arrianos, origenistas, y otras herejías. ¿Pertenecía Hipatia a alguno de estos grupos de herejes? Tal da a entender un último testimonio que, aun siendo evidentemente una falsificación, no deja de expresar lo que parece haber sido una opinión sostenida por algunos en fechas muy cercanas a la muerte de Hipatia. Me refiero a una supuesta carta de Hipatia a Cirilo, en la que le pide comprensión para las ideas de Nestorio acerca de la naturaleza de Cristo, alineándose implícitamente con ellas. Como dice Dzielska, “parece que al final de la Antigüedad surge una leyenda que vincula a Hipatia con el cristianismo heterodoxo” (DZIELSKA 2006:36). Desde luego que, si tal vez resulte excesivo considerar a Hipatia como militante en algún grupo heterodoxo de cristianos, no es así en el caso de su alumno más célebre, Sinesio, quien, a pesar de ser obispo, profesaba, como veremos, una forma sin duda heterodoxa de cristianismo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (3): el asesinato de Hipatia, una forma salvaje de ostracismo

En cualquier caso, fueron cristianos los que asesinaron a Hipatia y fue un obispo cristiano, Cirilo, quien directa o indirectamente estuvo detrás de tal atrocidad. Cristianos que, desde luego, según Sócrates y según el sentido común, no merecían ese nombre, sobre todo cuando entramos en detalles sobre la salvaje ejecución:

“Y poniéndose de acuerdo, los hombres, al frente de los cuales iba un tal Pedro, que era lector, acechan a la mujer, que volvía a su casa de alguna parte, y sacándola del carro la arrastran a la iglesia llamada Cesarión, quitándole el vestido la matan con trozos de cerámica (ostrakois) descuartizándola y llevando sus miembros al llamado Cenarion los quemaron.” (Sócrates Escolástico, Historia Eclesiástica 7.15)

A riesgo de ser un poco más dura, mi traducción intenta ser lo más literal posible. Sócrates es una fuente fidedigna entre otras cosas porque también es cristiano. Pero pertenece a otro grupo heterogéneo de cristianos ilustrados que tanto entonces como ahora se escandalizan de las atrocidades cometidas por fanáticos que reclaman para sí –y en exclusiva- la ortodoxia, la “recta doctrina”, el pensamiento único, tachando de herejía a toda “otra doctrina” –heterodoxia-, a cualquier otro pensamiento divergente.

Otro detalle de la Historia Eclesiástica de Sócrates que nos hace pensar en su fiabilidad es que otro autor contemporáneo suyo más comprometido con la ortodoxia, Sozomeno, se sintió obligado a “reescribirla” suprimiendo el carácter pesimista y el tono de denuncia que leemos en frases como la que sigue a la descripción del linchamiento: “Este asunto constituyó un gran oprobio, no sólo bajo Cirilo, sino bajo el conjunto de la Iglesia Alejandrina. Seguramente nada puede estar más lejos del espíritu de la cristiandad que el consentimiento de masacres, luchas y asuntos de esta clase.” Sozomeno lo sustituye por una visión providencial de la historia de la Iglesia, donde, como era de esperar, se silencian sucesos tan bochornosos como el de la muerte de Hipatia.

Pero el detalle en el que hoy quisiera reparar es la cruel coincidencia que supone el hecho de que el arma homicida fuese un montón de óstracas, esos fragmentos de cerámica en los cuales los atenienses, desde la época de Clístenes, escribían el nombre de aquél personaje al que querían condenar al exilio cuando, en la colina del Cerámico –el barrio alfarero, al noroeste de la Acrópolis- practicaban la saludable costumbre del por eso denominado ostracismo.

Óstracon en el que puede leerse “Themisthokles Neokleos”, Temístocles el hijo de Neocles,que fue condenado al ostracismo en 471 a.C. (Museo del ÁGORA antigua de Atenas)

¡Qué atroz contraste con el caso de Hipatia! Nuestros “buenos cristianos” Pedro y sus secuaces tuvieron una forma salvaje y literal de practicar el ostracismo y deshacerse de una persona non grata: ¡a ostracazos!

Claro que, al parecer, no fue el primer caso ni el último, pues parecido trato sufrieron en 361 Jorge, el obispo arriano de la ciudad, y en 457 Proterio, también obispo. Sus cuerpos también fueron arrastrados y quemados. Sin duda por ello en muchas fuentes antiguas es un lugar común referirse al carácter levantisco de los alejandrinos.

Cabe también otra versión si interpretamos, como lo hacen Edward Gibbon, R. Hoche o Carl Sagan, el término ostrakois en su sentido más literal, como conchas de ostras. Lo cual es muy razonable si pensamos que el lugar del crimen, el Cesarión, estaba ubicado cerca de la playa, junto al Gran Puerto. Allí seguramente abundaban más las conchas que los trozos de cerámica –o de teja, como traducen algunos-. Este es uno de los detalles que hacen disentir a Gonzalo Fernández, en su ensayo de 1985 “La muerte de Hipatia”, de la opinión generalizada según la cual fueron los parabolanos, esbirros del obispo, los que perpetraron el crimen. En su opinión, fueron los marineros de Alejandría –en su mayoría cristianos-, que ya habían participado en una revuelta contra Caracalla en el siglo III; contra el imperio y fieles a su obispo, fueron ellos los que eligieron el lugar del crimen, el Cesarión, una iglesia edificada sobre un templo dedicado a Augusto en su faceta de protector de navegantes.

De cualquier modo, sea con trozos de cerámica, con tejas o con conchas, lo cierto es que el tal Pedro y sus secuaces -¡Ostras, Pedrín…!- perpetraron una forma salvaje y literal de ostracismo.

martes, 10 de noviembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (2): la muerte de Hipatia, conflicto entre cristianos

Entre mis alumnos de Filosofía de 1º y 2º de bachillerato que han visto la película ÁGORA, la opinión mayoritaria, al preguntarles sobre el tema de la misma, es que se trata de un conflicto entre paganos y cristianos, por un lado, y entre ciencia y religión, por otro. Los que más afinan, tal vez haciéndose eco de algún comentario que han oído, hablan de un conflicto entre razón y fe. Sin ir más lejos, mi propio compañero de departamento, cuando le han preguntado en sus clases sobre el tema, ha dado una respuesta en los mismos términos: en la película se expresa claramente el conflicto entre razón y fe.

Disiento de ambas percepciones, pues creo que no se trata ni de lo uno ni de lo otro, aunque hay que decir que la película carga las tintas en ambos sentidos. Mi doble tesis es que, por un lado, más que un conflicto entre paganos y cristianos se trataba de un conflicto entre diferentes grupos de cristianos; y, por otro lado, más que un conflicto ideológico entre ciencia y religión, o entre razón y fe, se trataba de un conflicto político entre diferentes facciones en lucha por el poder. Para apoyar mi argumentación, además de las fuentes coetáneas más importantes –fundamentalmente Sócrates Escolástico y Sinesio de Cirene-, me baso en la investigación que estimo más exhaustiva y reveladora, la de María Dzielska, en su excelente ensayo de 1995 Hipatia de Alejandría[1], todavía, en mi opinión, no superado, a pesar de la avalancha actual en nuestro país de nuevas (¿?) publicaciones sobre Hipatia, a raíz del interés suscitado por la película de Amenábar. De hecho, hago mías las tesis de Dzielska, a las que aporto algunos datos y enfoques que creo que han sido desestimados hasta ahora.

Para apoyar la tesis de que se trata de un conflicto entre diferentes grupos de cristianos, examinemos los datos que nos han llegado sobre la relación de Hipatia con los cristianos, por un lado, y con las prácticas paganas, por otro. Si resumimos la información que Dzielkska obtiene magistralmente de la lectura de las cartas de Sinesio de Cirene, podemos elaborar la siguiente relación de discípulos de Hipatia cuyo nombre conocemos:

El “feliz corrillo que disfruta de su divina voz” (Sinesio, carta 5):

Ø Herculiano, el amigo más íntimo de Sinesio, al que dedica 10 cartas (137-146)

Ø Ciro, hermano de Herculiano; probablemente, Flavio Tauro Seleuco Ciro, Ciro de Panópolis, obispo de Cotieo en Frigia.

Ø Olimpio, “sin duda alguna cristiano” (DZIELSKA 2006:44-45); Sinesio le dedica 8 cartas

Ø Isión, compañero de Sinesio, Herculiano y Olimpio

Ø Siro, que lleva las cartas de Sinesio a Olimpio

Ø Pedro, que entrega una carta de Sinesio a Hipatia (la 133); su nombre “indica sin duda que es cristiano” (DZIELSKA 2006:48)

Ø Hesiquio, tal vez libiarca, es decir, sacerdote principal de la provincia de Pentápolis hacia 400, según D. Roques (en DZIELSKA 2006:136 –nota 69-)

Ø Euoptio, hermano de Sinesio; su sucesor como obispo de Cirene.

Ø Teotecno, a quien Sinesio denomina “santísimo padre” (carta 5); sacerdote alejandrino según el editor de las cartas Francisco Antonio García Romero (1995:41 –nota 87-)

Ø Atanasio, probablemente un sofista alejandrino

Ø Teodosio, alejandrino y “gramático de primer orden” (carta 5)

Ø Gayo nombrado por Sinesio como “miembro de nuestra familia” (carta 5), se entiende que del círculo de Hipatia

Ø Isidoro, tal vez el presbítero y abad del monasterio de Pelusio (DZIELSKA 2006:55-56)

Oyentes de las conferencias de Hipatia para un público más amplio mencionadas por Damascio:

Ø Orestes, prefecto imperial de Alejandría en 412-415, cristiano antes de su nombramiento como gobernador de Egipto (DZIELSKA 2006:52)

Ø Simplicio, tal vez comandante en jefe del Oriente en 396-398

Ø Pentadio, prefecto imperial de Egipto en 403-404

Ø Heliodoro, retórico y abogado en la corte del prefecto imperial de Egipto

Ø Amonio, curialis o concejal alejandrino

Si contamos a Sinesio, de los 14 nombres que componen el círculo más cercano a Hipatia, probablemente 8 –en negrita- fuesen cristianos, 6 de los cuales ostentan cargos eclesiásticos; a lo cual hay que añadir que entre los 5 nombres de personas con cargos importantes en el imperio, hay uno –Orestes, buen amigo de Hipatia- que también es cristiano.

Tal circunstancia es lo que lleva a decir a María Dzielska que “en torno a la «última pagana», «mártir helena» y «víctima del terrible fanatismo cristiano» (según la describen algunos de los creadores de la leyenda moderna) se reúnen cristianos, simpatizantes paganos y futuros conversos.” Y unas líneas más abajo: “ninguna fuente da a entender que, bajo la influencia de esta «pagana recalcitrante», alguno de sus alumnos sea arrastrado a la apostasía o que, perturbado por sus opiniones anticristianas, quiera acabar con su persona y sus enseñanzas” (DZIELSKA 2006:58)

En cuanto a su relación con el paganismo, cabe preguntarse por qué no tenemos noticia de que Hipatia haya participado activamente en la defensa del Serapeo cuando se llevó a cabo su destrucción en 391 –que, por cierto, no supuso otra cosa que dar cumplimiento al edicto que en junio de ese mismo año promulgó el emperador Teodosio prohibiendo las prácticas paganas-. Si lo hubiera hecho, tendríamos noticias de ello, como las tenemos de la activa participación del filósofo neoplatónico Olimpio, o de los gramáticos Amonio y Heladio. Tal vez haya que concluir con Dzielska que “Hipatia no se siente atraída por el politeísmo griego ni por los cultos locales (…) No se siente obligada a apoyar su platonismo con prácticas teúrgicas ni con rituales, adivinación o magia; tampoco hay sitio, en el trascendentalismo que profesa, para el servicio a un dios con cabeza de babuino”. (DZIELSKA 2006: 95-96). De ello, no obstante, no se sigue que Hipatia fuese atea o que su interés por la ciencia le mantuviese al margen de toda espiritualidad; más bien lo contrario, pues, como veremos muy pronto, Sinesio no es en absoluto retórico cuando se refiere a Hipatia como “la muy venerable filósofa, la predilecta de la divinidad” (Carta 5).

Según estos datos, Hipatia está más cerca de los cristianos –al menos de aquellos cultivados en la paideia griega- que de los paganos. Hipatia, desde luego, está del lado de Orestes y no debemos olvidar, como nos avisa Dzielska, que “después de todo, el mismo Orestes es cristiano y representante de un Estado cristiano” (DZIELSKA 2006:102). Ahora bien, tampoco debemos pasar por alto el hecho de que “Hipatia no es ni popular ni célebre entre el pueblo bajo de Alejandría” (Ibíd.:103). Más bien todo lo contrario, “el feliz corrillo que disfruta de su divina voz” es una élite aristocrática que no tiene interés alguno en compartir sus enseñanzas con las masas; en este sentido, Sinesio dirá –siendo ya obispo- que “explicar la filosofía a la plebe sólo conduce a despertar entre los hombres un gran desprecio por las cosas divinas” (Carta 143)

Será precisamente esta baza la que va a jugar el obispo Cirilo en su enfrentamiento con Orestes: arengar a las masas, que no tienen a Hipatia y a los suyos en mucha estima, con el bulo de que, aunque tenga amigos cristianos, Hipatia es una peligrosa bruja practicante de la magia negra, acusación que provoca pánico entre la plebe. Se trata además de un delito penado con el castigo más severo en el imperio cristiano, como, por desgracia, pudo comprobar nuestro compatriota y buen cristiano Prisciliano pocos años antes, en 385, cuando fue decapitado en Tréveris acusado de maleficium: idéntica estrategia de difamación, parecido conflicto entre cristianos.

De un lado, pues, está Hipatia con Orestes y los cristianos cultos y moderados. Del otro está Cirilo con las masas de alejandrinos, famosos en la Antigüedad por su carácter levantisco, y con sus parabolanos, “la mayoría ignorantes y sin educación, pero obedientes a sus jefes eclesiásticos, exaltados y propensos a la manipulación” (DZIELSKA 2006:209), que al parecer son los encargados de ejecutar el sádico linchamiento de la venerable filósofa que hará lamentarse a su contemporáneo, el historiador cristiano Sócrates Escolástico: “Seguramente nada puede estar más lejos del espíritu de la cristiandad que el consentimiento de masacres, luchas y asuntos de esta clase” (Historia Eclesiástica 7.15)



[1] Cito de la 2ª edición en castellano del 2006 en Siruela.

jueves, 5 de noviembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (1): reflexiones en torno al polémico film de Alejandro Amenábar

No sé si Amenábar estará haciendo suya aquella expresión del Quijote “ladran, luego cabalgamos”, pero lo cierto es que el éxito taquillero y la encendida polémica que ha suscitado muestran a las claras que el autor no sólo cabalga, sino que galopa sobre los lomos de su nueva –y en muchos sentidos excelente- película ÁGORA. He oído y leído comentarios para casi todos los gustos, que oscilan entre la encendida defensa del supuesto mensaje anticristiano y procientífico de la misma, hasta el escándalo por la malintencionada manipulación de los datos históricos para ensañarse con la Iglesia naciente. Algunos dicen que el planteamiento le ha salido un tanto maniqueo, ya se sabe: buenos y malos, blanco y negro (en las vestiduras), paganos y cristianos, científicos y fanáticos…
En mi opinión, el maniqueísmo está más bien en los ojos del espectador de turno, que en este país, por desgracia, tiende a simplificar los contrastes en exceso. La película, ciertamente, alimenta algunos tópicos, pero son los tópicos ya bien cebados del espectador los que manipulan su mensaje y arriman el ascua a su sardina. Lo cual, por cierto, es inevitable, sobre todo cuando la película tiene pretensiones documentalistas…
La primera cuestión que hay que dejar clara es que ni la historia ni ninguna otra ciencia pueden hablar de los hechos tal como son o como fueron, pues, como dice el Talmud, “no vemos las cosas tal como son, sino tal como somos”. Hace ya tiempo que la crítica epistemológica de las diferentes disciplinas científicas nos ha hecho desistir de la pretensión de objetividad. Como decía Feyerabend, el anarquista epistemológico, “para la ciencia, los hechos son hechos” , aclarando que el primer “hechos” es sustantivo, mientras que el segundo es participio; es decir, que la ciencia fabrica o construye sus propios hechos. Por lo tanto, por muy “seria”, “objetiva”, “imparcial” o “documentada” que se presente una investigación, siempre lleva la firma del autor, su perspectiva. Y lo que hace el asunto mucho más complicado y babélico, aunque también más enriquecedor, es que cada lector, estudiante o espectador que accede a esa investigación, también la hace suya, también construye su propia interpretación. Si añadimos que, en el caso que nos ocupa, no se trata propiamente de una investigación -aunque es evidente que Amenábar la ha llevado a cabo y con rigor- sino de una recreación artística -por muy documentalista que se presente-, las licencias en la versión y la interpretación son tantas como el autor se haya querido permitir. Y en el caso del espectador, me atrevería a decir que casi otro tanto.
Toda verdad es, pues, poliédrica, y mi pretensión no es otra que mostrar algunas otras caras de esta atrayente historia que, en mi opinión, han quedado ocultas tanto por el brillo deslumbrante de esta superproducción como por los ladridos de la crítica.

Datos personales

Filósofo, poeta, y antropólogo un tanto misántropo