De alternativas, heterodoxias, y otras disidencias.

jueves, 12 de noviembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (3): el asesinato de Hipatia, una forma salvaje de ostracismo

En cualquier caso, fueron cristianos los que asesinaron a Hipatia y fue un obispo cristiano, Cirilo, quien directa o indirectamente estuvo detrás de tal atrocidad. Cristianos que, desde luego, según Sócrates y según el sentido común, no merecían ese nombre, sobre todo cuando entramos en detalles sobre la salvaje ejecución:

“Y poniéndose de acuerdo, los hombres, al frente de los cuales iba un tal Pedro, que era lector, acechan a la mujer, que volvía a su casa de alguna parte, y sacándola del carro la arrastran a la iglesia llamada Cesarión, quitándole el vestido la matan con trozos de cerámica (ostrakois) descuartizándola y llevando sus miembros al llamado Cenarion los quemaron.” (Sócrates Escolástico, Historia Eclesiástica 7.15)

A riesgo de ser un poco más dura, mi traducción intenta ser lo más literal posible. Sócrates es una fuente fidedigna entre otras cosas porque también es cristiano. Pero pertenece a otro grupo heterogéneo de cristianos ilustrados que tanto entonces como ahora se escandalizan de las atrocidades cometidas por fanáticos que reclaman para sí –y en exclusiva- la ortodoxia, la “recta doctrina”, el pensamiento único, tachando de herejía a toda “otra doctrina” –heterodoxia-, a cualquier otro pensamiento divergente.

Otro detalle de la Historia Eclesiástica de Sócrates que nos hace pensar en su fiabilidad es que otro autor contemporáneo suyo más comprometido con la ortodoxia, Sozomeno, se sintió obligado a “reescribirla” suprimiendo el carácter pesimista y el tono de denuncia que leemos en frases como la que sigue a la descripción del linchamiento: “Este asunto constituyó un gran oprobio, no sólo bajo Cirilo, sino bajo el conjunto de la Iglesia Alejandrina. Seguramente nada puede estar más lejos del espíritu de la cristiandad que el consentimiento de masacres, luchas y asuntos de esta clase.” Sozomeno lo sustituye por una visión providencial de la historia de la Iglesia, donde, como era de esperar, se silencian sucesos tan bochornosos como el de la muerte de Hipatia.

Pero el detalle en el que hoy quisiera reparar es la cruel coincidencia que supone el hecho de que el arma homicida fuese un montón de óstracas, esos fragmentos de cerámica en los cuales los atenienses, desde la época de Clístenes, escribían el nombre de aquél personaje al que querían condenar al exilio cuando, en la colina del Cerámico –el barrio alfarero, al noroeste de la Acrópolis- practicaban la saludable costumbre del por eso denominado ostracismo.

Óstracon en el que puede leerse “Themisthokles Neokleos”, Temístocles el hijo de Neocles,que fue condenado al ostracismo en 471 a.C. (Museo del ÁGORA antigua de Atenas)

¡Qué atroz contraste con el caso de Hipatia! Nuestros “buenos cristianos” Pedro y sus secuaces tuvieron una forma salvaje y literal de practicar el ostracismo y deshacerse de una persona non grata: ¡a ostracazos!

Claro que, al parecer, no fue el primer caso ni el último, pues parecido trato sufrieron en 361 Jorge, el obispo arriano de la ciudad, y en 457 Proterio, también obispo. Sus cuerpos también fueron arrastrados y quemados. Sin duda por ello en muchas fuentes antiguas es un lugar común referirse al carácter levantisco de los alejandrinos.

Cabe también otra versión si interpretamos, como lo hacen Edward Gibbon, R. Hoche o Carl Sagan, el término ostrakois en su sentido más literal, como conchas de ostras. Lo cual es muy razonable si pensamos que el lugar del crimen, el Cesarión, estaba ubicado cerca de la playa, junto al Gran Puerto. Allí seguramente abundaban más las conchas que los trozos de cerámica –o de teja, como traducen algunos-. Este es uno de los detalles que hacen disentir a Gonzalo Fernández, en su ensayo de 1985 “La muerte de Hipatia”, de la opinión generalizada según la cual fueron los parabolanos, esbirros del obispo, los que perpetraron el crimen. En su opinión, fueron los marineros de Alejandría –en su mayoría cristianos-, que ya habían participado en una revuelta contra Caracalla en el siglo III; contra el imperio y fieles a su obispo, fueron ellos los que eligieron el lugar del crimen, el Cesarión, una iglesia edificada sobre un templo dedicado a Augusto en su faceta de protector de navegantes.

De cualquier modo, sea con trozos de cerámica, con tejas o con conchas, lo cierto es que el tal Pedro y sus secuaces -¡Ostras, Pedrín…!- perpetraron una forma salvaje y literal de ostracismo.

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Filósofo, poeta, y antropólogo un tanto misántropo