ECOS Y SOMBRAS

De alternativas, heterodoxias, y otras disidencias.

martes, 2 de noviembre de 2010

AGORAfilia y AGORAfobia (y 13): Fuentes documentales sobre Hipatia

Después de un largo descanso –para el blog, que no para el que lo escribe-, por fin me decido a ponerle punto final, o punto y aparte a esta serie de glosas sobre la figura y época de Hipatia de Alejandría, que tuvieron su inicio en la distorsionada imagen que sobre el tema ha fabricado la película AGORA de Alejandro Amenábar.
Son muchos los temas que he dejado sugeridos y que me propongo desarrollar, ya fuera del marco de la película y de Hipatia, pero todavía sumergidos en esa época fascinante en la que se fraguaron, destruyeron, mezclaron y separaron, en un alquímico solve et coagula algunos de los arquetipos que han orientado –y desorientado- a las gentes de esa entidad tan poco definida y definible que, a pesar de ello, seguimos llamando cultura occidental. Quisiera hablar de los últimos paganos -Juliano el Apóstata y Nono de Panópolis-; de las vicisitudes de la Diosa Madre en el seno del cristianismo; de Priscialiano y su cuñada Eteria, la viajera solitaria; de las audaces visiones de algunos textos de Nag Hammadi; del yoga cristiano de los monjes hesicastas…Pero todo ello y más será ya en otra página que iniciaré en cuanto pueda.
Sólo me falta cumplir con la promesa que hace tiempo anuncié: publicar todos los textos de las fuentes documentales antiguas sobre Hipatia, para que cada cual juzgue hasta qué punto las versiones posteriores, incluida la película de Amenábar, distorsionan o no su figura. He aquí esos textos:
HIPATIA DE ALEJANDRÍA EN LAS FUENTES DOCUMENTALES ANTIGUAS

jueves, 22 de julio de 2010

AGORAfilia y AGORAfobia (12): los otros perdedores.

Si el siglo IV suele presentarse –así lo hace la película ÁGORA- como nefasto para el agonizante paganismo, mucho más desastroso lo fue, en mi opinión, para un cristianismo que, todavía entonces, gozaba de una poliédrica y saludable variedad de cultos, cosmogonías, rituales, versiones y perversiones.

Con vesania, en algún caso acompañada de extrema violencia –como el linchamiento de Hipatia o la decapitación de Prisciliano-, se agudizó en este siglo la persecución sistemática de la heterodoxia, en nombre de una supuesta ortodoxia… que resultó ser bastante ortopédica, a juzgar por la rigidez de credos y movimientos con los que se empeñó en enderezar los caminos del Señor.

Y el caso es que, en principio, la cosa no pintaba nada mal para la libertad religiosa, con aquel progresista Edicto de Milán, que en 313 promulgaba:

"Habiendo advertido hace ya mucho tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino que ha de permitirse al arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas conforme al parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás, cuanto los cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y religión...Así, pues, hemos promulgado con saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad, para que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de seguir o elegir la observancia y religión cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a aquella religión que estimare convenirle".

Tan bello…como efímero. En 325, ese gran manipulador que fue Constantino, se supo aliar con obispos cristianos que le igualaban en ambición para convocar el primer concilio ecuménico en Nicea. Allí parieron el famoso Símbolo o Credo, que dejaba bien claro que, en cuestiones de fe, al menos los llamados cristianos, no podían permitirse ninguna disidencia o formulación alternativa.

Desgraciadamente, las cosas se fueron poniendo cada vez más feas.

A punto he estado de volver a ensañarme con mi querido enemigo Cirilo de Alejandría, por un error en la cita que Antonio Piñero trae a colación, al respecto de la formación del canon neotestamentario, en su, a pesar de la errata, excelente libro ORÍGENES DEL CRISTIANISMO. Antecedentes y primeros pasos (Ediciones El Almendro, 1991). Los eruditos también se equivocan… Donde dice (p. 388): “Así, Cirilo de Alejandría en sus Catechetica...”, debe decir Cirilo de Jerusalén. Este otro Cirilo escribía lo siguiente en 347:


“Respecto al Nuevo Testamento, sólo hay cuatro evangelios, porque el resto tiene títulos falsos y son dañinos. Los maniqueos han compuesto también un evangelio con el nombre de Tomás, que, aunque impregnado de la fragancia del evangelio, aniquila a las almas de los simples. Debemos recibir también los Hechos de los doce Apóstoles, y, además, siete epístolas católicas: de Santiago, Pedro, Juan y Judas. Y como un sello sobre ellas la última obra de los discípulos, las catorce epístolas de Pablo. El resto ha de ser considerado de rango secundario. Otros libros no deben ser leídos en las iglesias, ni tampoco en privado tal como me habéis oído.”


El subrayado, en negrita, es mío. No deja de sorprenderme la exquisita perversión de este censor, que no tiene problemas en confesarnos que el evangelio de Tomás está “impregnado de la fragancia (euodía, lit. “buen olor”) del evangelio”…pero, aun así, lo condena.

Como es de suponer, a partir de este momento, tanto los creadores como los traductores, copiadores, lectores o poseedores de los textos de la biblioteca de Nag Hammadi –que incluyen al “buenoliente” evangelio de Tomás- no tenían nada claro que pudiesen seguir con sus lecturas y escrituras alternativas.

Para acabar con las dudas, veinte años más tarde, en 367, Atanasio de Alejandría, que tenía la costumbre de anunciar a sus fieles el comienzo de la Cuaresma y la fecha exacta de la Pascua, escribe su carta festal 39, para que sea leída en todo Egipto:

“Pero ya que nos hemos referido a los herejes como muertos, nos referiremos a nosotros como poseedores de las divinas escrituras para la salvación, y como me temo que no vaya a ser que, como escribió Pablo a los Corintios (II Cor 11,3), unos pocos de los puros en su simplicidad e ignorancia pueden ser engañados por la astucia de los hombres, en lo que resta, al tratar o toparse con otros que les guían, los llamados apócrifos, engañosos por la homonimia con los verdaderos libros, yo también escribo, a modo de recuerdo, como de los asuntos que están al corriente, influenciado por la necesidad y utilidad de la Iglesia.”

Y a continuación establece una lista del canon de “divinas escrituras”, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

A estas alturas, nuestros monjes pacomianos de Kenoboskion, al recibir la carta festal del aguafiestas de Atanasio, seguro que empezaron a pensar en deshacerse del material subversivo de esos textos que hoy, gracias al hallazgo fortuito, conforman la biblioteca de Nag Hammadi.

Trece años después, en 380, la cosa se puso francamente mal para todo heterodoxo o disidente en cuestiones de culto, sea cristiano, pagano…o mengano. Así de crudo lo ponía el Edicto de Tesalónica, supuestamente dictado por el emperador Teodosio:

«Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos...Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial.»

En ese mismo y fatídico año, en el concilio de Zaragoza, se condenaba al obispo gallego Prisciliano por cosas tan supuestamente peligrosas como leer textos apócrifos, celebrar la misa danzando en círculo en pleno campo, y atraer a su culto a demasiadas mujeres… Cinco años más tarde, sería decapitado en Tréveris, acusado, cómo no, de maleficium…Algunos autores tan poco sospechosos de frivolidad como Claudio Sánchez-Albornoz o Miguel de Unamuno sostienen que sus restos están sepultados en Compostela, y de ahí las peregrinaciones… Si non è vero, è bien trovato

El caso es que un año después, en 381, el concilio ecuménico de Constantinopla corrige y apuntala el Símbolo niceno o Credo. Parece que quisieran poner firme al personal y decir algo así como: “Tonterías, las justas”. Como dice el tango, ¡qué falta de respeto, qué atropello a la razón…y a la fe! A partir de ese momento parece que quedó bastante claro que ser cristiano era comulgar con esa unidimensional –y, por cierto, bastante incomprensible e indigesta- perversión del mensaje evangélico que se recitaba en el Credo.

Al año siguiente, en la más completa soledad monacal -si exceptuamos la austera compañía de algunos primitivos diccionarios de hebreo, arameo y griego-, San Jerónimo comenzaba la titánica labor de traducción de la Biblia al latín, que terminaría en 405 y sería conocida con el nombre de Vulgata, porque, supuestamente, era una vulgata editio, “edición para el pueblo”. Por cierto, que el nombre no deja de ser un sarcasmo, pues es bien sabido que el catolicismo nunca ha tenido el más mínimo interés en que el pueblo tenga acceso directo a las escrituras. Y si no, que se lo digan a Lutero, cuya principal reivindicación era poder traducir la Biblia a las lenguas vernáculas, para que cada cual leyese los textos sagrados sin intermediarios. Sea como fuere, la Vulgata se convirtió en el texto oficial de la Iglesia y así lo seguiría siendo hasta 1979.


Por estas fechas, San Agustín ya estaba dando guerra, combatiendo herejías y proponiendo algunas de las más audaces y peculiares concepciones teológicas y antropológicas –como llegar a decir que el mal existe para que seamos libres- que, mira tú por dónde, no sólo no le llevaron a ser condenado como hereje, sino que le elevaron a los altares de la santidad. Al final va a ser verdad que Dios escribe derecho con renglones torcidos

Pero la historia no fue igual de benévola con otros disidentes y heterodoxos. La última década del siglo se inicia en 391 con el ya citado Decreto teodosiano de prohibición de otros cultos, que llevó a la destrucción del Serapeo en Alejandría y que dejaba bien claro que “nadie irá a los santuarios, paseará por los templos, o elevará sus ojos a estatuas creadas por obra del hombre”.

Con tales credos, edictos y decretos, no es de extrañar que ese monje cristiano del monasterio que San Pacomio había fundado en Kenoboskion en 320, fuese a dar con sus huesos al desierto llevándose consigo, bien sellado en una vasija, ese tesoro que luego encontraría casualmente en 1945 Muhammad 'Ali al-Samman: la biblioteca de Nag Hammadi.

Malos tiempos para paganos, sí, pero también para cristianos heterodoxos…

martes, 4 de mayo de 2010

AGORAfilia y AGORAfobia (11): La otra biblioteca perdida

Probablemente el suceso crucial de la película AGORA, si exceptuamos el asesinato de Hipatia, es la destrucción de Serapeo en 392 por parte de las turbas cristianas que, acompañadas por soldados, interpretaban así el decreto promulgado por Teodosio en 391en el cual se decía que “nadie irá a los santuarios, paseará por los templos, o elevará sus ojos a estatuas creadas por obra del hombre”. Se suele asociar a esa destrucción la de los restos de la biblioteca de Alejandría, la llamada biblioteca-hija del Serapeo, pues la biblioteca madre ya había sido saqueada en 272, en tiempos de Aureliano, y en 297, con Diocleciano.
A la vista de sucesos tan lamentables, no es de extrañar que la película, igual que la leyenda, asocie la muerte de Hipatia con la destrucción de la biblioteca de Alejandría, y que muestre ambos sucesos como el símbolo trágico de la muerte de la cultura clásica y la religión pagana a manos del cristianismo triunfante.

Hemos ido comprobando, en esta serie de artículos que han dado cuerpo a este blog, cómo tal opinión es bastante reduccionista, maniquea y, en definitiva, inexacta. Para incidir en ello y comprobar cómo el resultado estuvo muy lejos de ser Cristianos 1 – Paganos 0, hoy vamos a hablar de otra biblioteca, mucho más pequeña pero enormemente valiosa, contemporánea de la de Alejandría, que también estaba en Egipto, y que, en torno a las mismas fechas, si no fue destruida, fue porque se salvó por los pelos, a costa de perderse en el olvido encerrada en una vasija y enterrada en el desierto...hasta que quince siglos más tarde (¿casualmente?) vio de nuevo la luz y los ojos de nuevos lectores.

Anno Domini 1945. En ese año, algunos de los mejores cerebros de occidente trabajaban en el Proyecto Manhattan y conseguían parir un monstruo...para acabar con otro monstruo, y provocar un holocausto en respuesta a otro holocausto: el 16 de julio hacían explotar la primera bomba nuclear de fisión, y poco después arrojarían otras dos, el 6 y el 9 de agosto, sobre Hiroshima y Nagasaki.
Ajenos al inicio de la era atómica, en diciembre siete fellahin, campesinos egipcios, cabalgaban en sus camellos en busca de sabakh, especie de mantillo que utilizaban como fertilizante para sus cultivos.

Cuando llegaron a Jabal al-Tarif -un risco impresionante en la orilla izquierda del gran meandro del Nilo, cerca de Nag Hammadi, en la otra orilla, a sesenta y cinco kilómetros al noroeste del Valle de los Reyes y de Luxor- se pusieron a cavar y se toparon primero con un esqueleto humano y, a su lado, con una jarra de barro de unos sesenta centímetros de altura, con un cuenco tapando la parte superior, sellado con betún. Según cuenta uno de ellos, Muhammad 'Ali al-Samman, al principio no se atrevían a romperla, por miedo a que dentro morase algún jinn o espíritu. Pero como también podría ser que guardase algún tesoro, al fin la rompieron y, según su relato, de su interior salió volando un polvo de oro que ascendió hacia el cielo...El resto, para su decepción, no era más que una colección de viejos papiros encuadernados y forrados en cuero. De hecho, el “polvo de oro” no era otra cosa que papiro pulverizado reluciendo bajo el sol. Muhammad 'Ali desgarró los libros para repartir el “tesoro” con sus compañeros, pero ninguno quiso parte alguna del botín. Los envolvió entonces en su turbante, los colocó en los lomos de su camello, y los arrojó, al llegar a casa, sobre la paja del establo, junto a los animales. La madre de Muhammad reconoce que utilizó algunos de los papiros para encender el fuego y preparar la cena...¡Casi mil quinientos años enterrados...para acabar en la hoguera...!

Pero la historia no termina ahí. Al parecer, Muhammad 'Alí y su familia se hallaban involucrados en una reyerta de sangre con una tribu de una aldea vecina. El asunto había comenzado seis meses antes, cuando el padre de Muhammad, que trabajaba como vigilante de unas máquinas de riego importadas de Alemania, mató de un disparo a un intruso. La familia del intruso, por su parte, asesinó al padre de Alí al día siguiente. Un mes después del hallazgo de los manuscritos en Nag Hammadi, Muhammad y sus hermanos se enteraron de que el asesino de su padre estaba durmiendo
borracho al borde de la carretera. Cogieron sus azadones y se llegaron hasta el lugar donde estaba y, todavía dormido, lo mataron a golpes de zacho, le abrieron el pecho, le sacaron el corazón y se lo comieron, todavía caliente, en un acto digno de sacerdotes aztecas...si no fuera porque la maldición y la venganza oficiaban el rito en lugar de la plegaria y el sacrificio.
Lo que sigue no es menos truculento, pero sí más gris y vergonzoso y, por desgracia, más habitual: venta ilegal en el mercado negro de algunos manuscritos, celos entre los investigadores y disputas por la primacía de las ediciones, conflictos de intereses entre instituciones y demás sórdidas lindezas culpables de que la primera traducción completa de los textos, al inglés, se demorase más de treinta años...La traducción completa al castellano aun tardaría otros veinte años más, es decir medio siglo después de tan valioso descubrimiento... Pero, ¿de qué manuscritos estamos hablando?
Se trata de trece códices -en realidad, doce más unas hojas sueltas de otro códice perdido-, forrados con fundas de cuero, conteniendo 52 tratados escritos en copto sobre papiros datados en torno a finales del siglo IV. El copto es la lengua egipcia, la de Nefertiti y Akenaton, escrita con el alfabeto griego, al cual se añaden siete nuevos caracteres, tomados del demótico, que representan consonantes del egipcio que no existen en el griego. Muy cerca del lugar del hallazgo hay más de 150 cuevas, en algunas de las cuales se conservan pinturas e inscripciones funerarias del tiempo de la sexta dinastía, hace 4300 años. Por otra parte, si el pueblo más cercano al hallazgo es hoy Nag Hammadi, casi al lado del mismo, en la otra orilla, la del hallazgo, se hallan los restos de Kenosboskion, lugar donde en 320 San Pacomio fundó el primer monasterio cristiano. Unos cincuenta años después, tal vez algunos de esos monjes escribieran estos manuscritos -la mayoría, traducciones de documentos griegos anteriores-...para, al poco tiempo, verse obligados a sepultarlos.


Lo que hoy denominamos Biblioteca de Nag Hammadi es un conjunto de textos que reflejan un movimiento religioso místico y esotérico al que los expertos denominan gnosticismo debido a que, aunque el término abarca concepciones muy heterogéneas, todas parecen coincidir en la búsqueda de la salvación a través de la gnosis, en griego, “conocimiento”. La mayor parte de esos textos son también cristianos, muchos desconocidos hasta ahora y otros tan sólo por referencias o citas fragmentarias, pues se trata de escritos denominados apócrifos, término que para sus detractores era sinónimo de “falsos”. Ahora bien, conviene detenerse en el significado pleno de estos dos término griegos, que hoy como entonces corremos el riesgo de utilizar como meras etiquetas taxonómicas.

Sobre la gnosis y el gnosticismo es mucho lo que se ha escrito, y son muchos los eruditos empeñados en explicarnos las complejas cosmogonías y genealogías divinas de los distintos grupos de gnósticos. Por otro lado, hay muchos ocultistas de medio pelo, los nuevos gnósticos, que se apresuran a apropiarse de no se sabe qué herencia de sabiduría secreta legada supuestamente por los gnósticos de antaño. Lo cierto es que entre tantos árboles resulta difícil contemplar el bosque...

Los gnósticos buscaban un conocimiento que nada tenía que ver con la memoria o con los libros...aunque no por ello dejaron de leerlos y escribirlos. Buscaban una comprensión más allá del conocimiento mundano, y por ello les atrajo en seguida ese “reino” que no es de este mundo, esa visión que no es la percepción cotidiana, esa dimensión profunda de la realidad y de lo divino que parecía esconderse tras las palabras del maestro Jesús cuando decía aquello de “el que tenga oídos para oír, oiga”. Y lo buscaban tanto en el exterior como, sobre todo, en el interior, en ese recóndito lugar del alma donde se esconde la chispa divina. Pensaban que la mayoría de los hombres no consiguen conocer esa profunda realidad, y por eso las imágenes que describen este lamentable estado humano son las del dormido, el borracho, el ignorante, el enfermo, el cautivo en las tinieblas. Gnosis, de este modo, es sinónimo de despertar, de sanar y liberarse. ¿De qué hay que salvarse? Del naufragio que supone una vida en la ignorancia de lo que realmente se es. No hay otro pecado que el error de creer en “este” mundo, en este sistema convencional de valores, en esta ilusión y en esta farsa que nos vuelen sordos para la “música callada”, en este rumor de rebaños que nos aleja de la “soledad sonora”, en este bullicio que nos aturde y nos impide escuchar la sinfonía cósmica de la que hablaban los pitagóricos…El que tenga oídos para oír

En cuanto al término apócrifo, desde los tiempos de los primeros heresiólogos hasta hoy ha venido siendo utilizado como sinónimo de “falso” o “inauténtico”, y así se ha aplicado a los escritos cristianos no aceptados por la ortodoxia por considerarlos no inspirados o de falsa atribución. Sin embargo, si aplicamos rigurosamente ese criterio, hay que decir que ninguno de los evangelios considerados canónicos, salvo, tal vez el de Lucas, fue escrito, según la crítica, por los autores atribuidos por la tradición. Por lo tanto, todos serían apócrifos…
Apócrifo, en griego, significa, literalmente “escondido”, “oculto”, “secreto”. Con este sentido figura el término en algunas de las obras encontradas en Nag Hammadi, como el “Apocrifon de Juan”, o “Libro secreto de Juan”. Podría decirse, pues, que estos manuscritos son apócrifos en un triple sentido, a saber: porque, según la ortodoxia, no son escritos “auténticos”; porque se presentan como enseñanzas secretas; y, por si fuera poco, porque fueron escondidos literalmente hace más de quince siglos.



¿Quién, cuándo y por qué ocultó esos manuscritos? Aunque la respuesta a esta triple pregunta queda ya sugerida entre líneas, en breve –o, al menos, eso espero- nos sumergiremos en más profundas indagaciones…

domingo, 28 de marzo de 2010

AGORAfilia y AGORAfobia (10 bis): ¿Jesús era feminista?

Hace ya más de un mes que dejamos pendiente el comentario del artículo de Leonard Swidler que daba título a la entrada: Jesús era feminista. Hoy, que retomamos el asunto, se observará que ese mismo título va entre interrogantes, y ello por varias razones que explico a continuación.
En primer lugar, he de confesar que nunca fue de mi agrado un título tan categórico y un tanto cronocéntrico, en el sentido de proyectar categorías de nuestro tiempo a dichos y hechos de hace veinte siglos. No obstante, el autor intenta aclarar los términos desde el principio del artículo. Merece la pena detenerse en tales aclaraciones, pues nos han de servir de referencia para la polémica posterior:
“Por feminista entendemos a una persona que está a favor de la igualdad de los hombres y las mujeres y promociona el reconocimiento de esa igualdad; una persona que aboga por y practica el trato de las mujeres, primeramente, como seres humanos (de la misma manera que son tratados los hombres) y voluntariamente contraviene costumbres sociales al actuar así. Para probar la tesis enunciada, debe ser demostrado, hasta donde sea posible, que Jesús no dijo ni hizo nada que pudiera indicar que abogaba por una consideración de la mujer como intrínsecamente inferior al hombre, sino que, por el contrario, dijo e hizo cosas indicativas de que pensaba en las mujeres como iguales a los hombres y que, mediante una tal actitud, violó voluntariamente las costumbres sociales vigentes”
Luego veremos si los testimonios aportados se ajustan o no a tales criterios.
El segundo motivo para poner entre interrogantes la afirmación acerca del feminismo de Jesús ha sido el encuentro con dos sesudas monografías recientes sobre el tema, una del prestigioso erudito Antonio Piñero, Jesús y las mujeres (Aguilar, Madrid 2008), y otra de José Ramón Esquinas Algaba, Jesús de Nazaret y su relación con la mujer. Una aproximación desde el estudio de género a partir de los evangelios sinópticos (Academia del Hispanismo, Vigo 2007). En ambas se concluye que es del todo excesivo atribuir a Jesús un mensaje igualitario y feminista. Así de tajante es Esquinas: “el mítico mensaje igualitario de Jesús de Nazaret no existió nunca. Y tampoco en el cristianismo primitivo, el grupo que se constituye inmediatamente, tras su muerte” (p. 210). Algo más moderado, concluye Piñero: “realmente el Jesús histórico trastocó hasta cierto punto ciertos valores religiosos de la sociedad de su tiempo, pero no parece en verdad que pusiera los fundamentos teóricos para una nueva consideración del papel de a mujer en esa sociedad en la que vivió” (p. 279).
En estas dos monografías se desmontan uno a uno los argumentos a favor de la supuesta defensa de posturas feministas e igualitarias por parte de Jesús. Pero lo primero que me llama la atención es que en sus respectivas bibliografías -en la de Esquinas se citan hasta 106 autores- no se cita el pionero artículo de Swidler (publicado en 1971), ni el no menos interesante de Schalom Ben Chorin (el teólogo judío ecumenista que publicó en 1967 Hermano Jesús: el Nazareno desde el punto de vista judío). Curiosamente, el artículo de Ben Chorin lleva el mismo título que el libro de Piñero, pero añade un subtítulo muy sugerente: Jesús y las mujeres. ¿Estuvo casado el Nazareno?. No parece probable que esta omisión bibliográfica se deba al desconocimiento. Por lo menos en el caso de Antonio Piñero es harto improbable, pues el artículo de Ben Chorin fue publicado en castellano en una curiosa y marginal revista de finales de los '80 del pasado siglo en la cual el propio Piñero también colaboró. Me refiero a HETERODOXIA, dirigida por Manuel García Viñó, de la cual llegaron a salir 16 números trimestrales entre 1988 y 1991. Como es difícil de conseguir, me he permitido escanear el artículo de Ben Chorin y subirlo a este blog (véase más abajo) con la herramienta Scribd.
Si la omisión bibliográfica no se debe al desconocimiento, ¿será tal vez por considerar poco documentadas las tesis de Swidler y de Ben Chorin?
Ya va siendo hora de detenernos en el prometido resumen del artículo de Swidler. En el índice ya se muestra que el análisis, aunque apretado y conciso por tratarse de un artículo, es bastante completo:
1.Tesis
2.Definición de los términos
3.El status de la mujer en Palestina
4.La naturaleza de los Evangelios
5.Las mujeres y la resurrección de entre los muertos
6.Las mujeres discípulas de Jesús
7.Las mujeres como objetos sexuales
8.El rechazo, por parte de Jesús, del tabú de la sangre
9.Jesús y la samaritana
10.El matrimonio y la dignidad de la mujer
11.La vida intelectual para las mujeres
12.Dios como mujer
Conclusión
Me he permitido seleccionar y reordenar los datos de Swidler, y añadir algunos matices y referencias de interés. Para no hacer muy pesada la lectura, no seré exhaustivo con las citas evangélicas, qué fácilmente pueden ser encontradas en el artículo.
Comenzaré por el punto nº 5. El dogma cristiano de la resurrección, aunque difícil de digerir para más de un cristiano -como fue el caso del neoplatónico Sinesio-, era sin duda uno de los emblemas distintivos de la nueva religión que, por ello, se convertiría también en requisito de autoridad apostólica: los personajes que gozaban de mayor autoridad entre las primeras comunidades cristianas eran precisamente aquellos que habían sido testigos de la resurrección de Cristo. Véase al respecto el pasaje en el cual es nombrado Matías como sucesor apostólico de Judas, en Hechos 1, 21-22: “es necesario que de los hombres que nos han acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús vivió entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan, hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea constituido testigo con nosotros de su resurrección”.
Pues bien, si hacemos caso a los cuatro evangelistas, fue María Magdalena, bien acompañada de otras mujeres o bien ella sola, la primera testigo de la resurrección. De ahí que en la tradición medieval -al menos desde De vitae beatae Mariae Magdalenae de Rabano Mauro, en el s. IX- fuese conocida como apostola apostolorum, es decir, la apóstol de los apóstoles, la que llevó el mensaje central de la resurrección a los propios mensajeros.
No acabo de entender qué hay detrás de los intentos tanto de Piñero como de Esquinas por echar abajo tan reveladora tradición. Forma parte de lo que podríamos llamar el affaire Magdalena, bastante complejo y recientemente muy manoseado, sobre todo a partir de la novela-película “El código Da Vinci”. No vamos a meternos ahora a desfacer tuertos ajenos, pero sí a poner el interrogante en esas desautorizaciones de la tradición evangélica y medieval sobre Magdalena como primera testigo de la resurrección. Piñero sostiene (pp. 214-217) que la única historia verídica es la que cuenta Marcos (16, 1-8) -la fuente evangélica más antigua- según la cual las mujeres habrían huido despavoridas y habrían guardado silencio sobre el mensaje del ángel que les había anunciado la resurrección de Jesús. Los otros evangelistas, según Piñero, intentarían corregir esta negativa imagen de Marcos dándole un giro y poniendo a Magdalena y las mujeres como auténticas y gozosas apóstolas. La cuestión es por qué en una tradición tan declaradamente patriarcal, y en una comunidad dirigida por y para hombres habrían de tener interés alguno en limpiar la imagen de una mujer…que luego sería tan claramente difamada en los siglos posteriores, pues pasaría de ser la apostola apostolorum a ser la beata peccatrix o castissima meretrix, es decir, la “santa puta”, con perdón.
En cuanto a la bella escena amorosa relatada por Juan (cap. 20) (donde Magdalena responde a la llamada de Jesús -¡Mariam!- con la expresión ¡Rabbuní!, “maestro mío”, y él, cuando ella intenta acercarse, le suelta el enigmático Noli me tangere, “no me toques”), Piñero se limita a resaltar su carácter “místico, a veces simbólico, y con ribetes de un cierto protognosticismo”, negándole por completo cualquier vestigio de historicidad (pp. 218-219). Sin embargo, no deja de resaltar la importancia que el evangelio de Juan le da en exclusiva a esta mujer y se pregunta “¿por qué a ella?”, respondiéndose seguidamente: “No lo sabemos exactamente, pero sí podemos afirmar que parece inútil ver en la escena del capítulo 20 cualquier significado erótico”. Y yo me pregunto, si no sabemos los motivos de Juan para resaltar el papel de esta mujer, ¿cómo es que sí sabemos -o al menos Piñero- que desde luego no fueron cuestiones de índole erótica, como una posible relación sentimental -o incluso matrimonial- entre Jesús y Magdalena?
Por lo que respecta a los argumentos de Esquinas, escuchemos sus conclusiones:
“María Magdalena, sólo en Jn y en Mt, es testigo de la resurrección, y solamente en Jn se encuentra a solas con el Resucitado. En Mt —cuyo honor de ser las primeras testigos es compartido con los guardias— las mujeres son sólo el primer acto inseguro que culminará con el refrendo definitivo en la aparición a los varones. En Jn, el apóstol amado es el primer creyente, el que cree sin haber visto siquiera el cuerpo redivivo del Nazareno. María Magdalena será la primera testigo, pero todo hace pensar que con la intención de desbancar a Pedro y legitimar así las extrañas doctrinas de Jn, que aunque no sean plenamente gnósticas, van camino de iniciar una tradición que culminará siéndolo”. (p.197)
Efectivamente, serán los llamados gnósticos, -que a sí mismos se consideraban sencillamente cristianos-, quienes desarrollen esta tradición del papel destacado de Magdalena como discípula e incluso como esposa de Jesús. El fetichismo historicista de nuestros dos autores es el que les impide ver que, sea como fuere lo realmente acaecido -¿acaso podemos saberlo?-, es un hecho documentado el que en ciertas comunidades cristianas primitivas -gnósticas o no- se tuvo en alta estima la figura como discípula de María Magdalena, y, por tanto, de una mujer.
Por lo demás, Swidler nos hace notar que hay otras tres resurrecciones relacionadas con la mujer: la hija de Jairo –aquí Jesús toca el cadáver, lo cual supone una transgresión de la Ley, pues sería ritualmente impuro-, el hijo de la viuda de Naín y la de Lázaro –a petición de Marta y María-.
Por cierto, que es a una mujer, a Marta, a la cual le revela lo que no había dicho a ningún discípulo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Siguiendo con esa escena, que no tiene desperdicio, tenemos que Jesús parece reivindicar la posibilidad de una vida contemplativa para la mujer y declararse contra el estereotipo de papel sumiso femenino cuando le dice a Marta, preocupada porque María abandona las tareas domésticas para escuchar a Jesús, que “María ha elegido la mejor parte”. También Ben Chorin resalta esta “figura insólita” (p.45)
Luego tendríamos el papel de las llamadas discípulas de Jesús, las diaconisas, papel también cuestionado por nuestros autores críticos. En cualquier caso, como ya dije anteriormente, parecen pasar por alto el hecho documentado de que en ciertas comunidades cristianas primitivas -como los quintilianistas que nombraba Epifanio y citamos en la entrada anterior- las mujeres oficiaban incluso como obispos.
Por fin, me parecen reveladoras, como a Swidler y a Ben Chorin, -no así, desde luego, a Piñero ni a Esquinas-, una serie de transgresiones de Jesús a los rituales de “pureza y peligro”, que diría Mary Douglas, impuestos por la Ley: como ya hemos dicho, tocó el cadáver de una mujer (la hija de Jairo); se dejó ungir por una prostituta; perdonó a una adúltera; curó a una hemorroísa -un mujer con flujo menstrual constante, por tanto, permanentemente impura-; conversó con una samaritana -un rabino dirigiéndose a una mujer, y, además, no judía- y no fue precisamente una conversación baladí: como dice Swidler, “por primera vez y de una manera explícita, se reveló a sí mismo como el Mesías”.
Queda por ver el sugestivo apartado que Swidler dedica a “Dios como mujer”, pero es un tema lo suficientemente jugoso como para saborearlo en otra ocasión. De momento, ahí va el artículo de Ben Chorín, que incide en muchas de las cuestiones comentadas, e introduce otra no menos jugosa, y que también será objeto de futuras indagaciones, a saber: si Jesús estuvo casado o no.
Por lo que respecta a nuestro debate, en mi opinión Swidler cumple bastante bien con las expectativas que se había propuesto en la introducción aclaratoria de los términos. Y en cuanto a las serias objeciones esgrimidas por Piñero y Esquinas, creo que al primero le ciega su meticulosidad filológico-historicista, que le impide captar cierto espíritu de la época que, desde luego parecía apostar por la igualdad de la mujer, mientras que el segundo está, en mi opinión, un tanto intoxicado por el reduccionismo materialista filosófico de su venerado maestro Gustavo Bueno -y su dogmático-enigmático “cierre categorial”-, lo cual le sitúa en un horizonte de comprensión donde no sopla ningún espíritu, y en el caso de que lo hiciera, pronto sería reducido a mero gas...
Jesús y las mujeres-S. Ben Chorin

lunes, 1 de febrero de 2010

AGORAfilia y AGORAfobia (10): Jesús era feminista

La verdad es que, habiendo dicho anteriormente que Hipatia fue víctima, entre otras cosas, de un fanatismo machista, cualquiera que haya visto la película de Amenábar o que haya investigado un poco sobre el personaje y su época, fácilmente llegará a la conclusión de que ese fanatismo machista no es otro que el de un judeocristianismo triunfante, de signo marcadamente patriarcal: Dios es Padre, como padres son los santos -y célibes- varones que guían y han guiado a los rebaños de la Iglesia.
Por si estuviese poco claro que esa facción triunfante del cristianismo es cosa de hombres -como decía un viejo anuncio del brandy Soberano-, en la película se cita, como detonante de la muerte de Hipatia, una de las epístolas misóginas atribuidas a San Pablo: I Timoteo 2, 11-15:

Mulier in silentio discat cum omne subiectione. Docere autem mulierem non permitto, neque dominari in virum, sed esse in silentio. Adam enim primus formatus est, deinde Eva. Et Adam non est seductus, mulier autem seducta in praevaricatione fuit. Salvabitur autem per filiorum generationem, si permanserit in fide et dilectione et sanctificatione cum sobrietate.

"La mujer, en silencio, aprenda con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre, sino que se mantenga en silencio. Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. Con todo, se salvará por la maternidad, mientras persevere con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad."

¡Toma ya! Después de leerse un texto así, dan ganas de fotocopiárselo a los amigotes del bar de la esquina –que aun desconocen el e-mail y sus reenvíos basuras-, y brindar por San Pablo con un Farias y una copa de Soberano, como Dios manda…

Bromas aparte, y a pesar de que, por desgracia, esa haya sido la facción triunfante del cristianismo, en gran parte responsable del estereotipo machista hasta nuestros días, lo justo es detenerse a considerar lo siguiente:

1º. Este alarde de machismo de ningún modo se le puede atribuir a Jesús, si nos atenemos a los testimonios –tanto canónicos como apócrifos- que nos han llegado sobre su vida y obras

2º. Se le atribuye a Pablo, que, aunque sea el autor más influyente en el cristianismo, conviene recordar que no conoció a Jesús.

3º Pero es que ni siquiera parece que sean palabras de Pablo, pues dicen los expertos que las epístolas I y II Timoteo (como también Colosenses y Efesios) son "deuteropaulinas", esto es, posteriores a Pablo y redactadas mucho después por autores (¿tal vez algún antepasado de Rouco Varela?) interesados en contrarrestar el prestigio del que gozaba la mujer en algunos círculos y en algunos escritos apócrifos de los llamado gnósticos, como también, por cierto, en varios pasajes de los evangelios canónicos que enseguida comentaremos. Autores tan poco sospechosos de heterodoxia como José María Bover y José O’Callaghan, responsables de la edición crítica del NUEVO TESTAMENTO TRILINGÜE [griego, latín, castellano] en la Biblioteca de Autores Cristianos (1977), al hilo de este pasaje de Timoteo sugieren en nota lo siguiente (no me resisto a citarlo y a subrayarlo –con negrita-, aun a riesgo de pasar de mi discurso-ladrillo habitual directamente al hormigón escrito):

“Este pasaje tiene una notable coincidencia, en la temática, no en la orientación, con algo que San Epifanio afirma de la secta de los priscilianistas o quintilianistas (algo así como la extrema izquierda del movimiento montanista): «Atribuyen la fundación de su secta a Quintila y a Priscila... Recurren a diversas autoridades muy frívolas. Pretenden que el hecho de haber sido la primera en comer del fruto de la ciencia ha sido para Eva un gran privilegio... Entre ellos frecuentemente siete vírgenes vestidas de blanco y llevando antorchas se presentan delante del pueblo en la iglesia para proferir oráculos. Presas de una especie de entusiasmo realizan delante de los asistentes exhibiciones para llevarlos a derramar lágrimas que sean consideradas como un fruto de penitencia. Entre ellos las mujeres son obispos, sacerdotes y se las admite a otros grados. No se tiene ninguna cuenta del sexo bajo el pre¬texto de que (Gál 3,28) «en Cristo no hay hombre ni mujer» (Panarion XLIX, 2). En el pasaje de 1 Tim 2,11-14 toda esa tendencia feminista queda desautorizada, invocando también el Génesis, pero bajo otro aspecto distinto. ¿Se trata de una desautorización de antemano o de una desautorización posterior, en cuyo caso este trozo pertenecería a la controversia o polémica antimontanista? (Cf. H. DELAFOSSE, Les écrits de S. Paul [Paris 1928] IV. «Les épitres pastorales»)”.

Sobre esos priscilianistas rojos y feministas hablaremos otro día. Como también sobre Prisciliano, que también era feminista y esa mujer, tal vez su cuñada, que viajó sola desde el Bierzo hasta Egipto y Jerusalén en tiempos de Hipatia (¿Y si se hubieran conocido…? Buena historia para un guión…)

En todo caso, triunfó la misoginia, sí, pero ¿cuál era el mensaje original, según las fuentes primarias? ¿Qué decían esos otros textos gnósticos? Pero, sobre todo, ¿cuál era la actitud de Jesús con respecto a las mujeres, según reflejan claramente incluso los evangelios que fueron considerados como canónicos?
A mostrar y comentar esos textos canónicos se dedica precisamente el interesante artículo que en 1971 escribió Leonard Swidler, que pronto comentaremos, al que debo el título de esta entrada: Jesus was a feminist.

Continuará…

lunes, 4 de enero de 2010

AGORAfilia y AGORAfobia (9): Hipatia no era feminista

Que Hipatia fuese víctima, entre otras cosas, de un fanatismo machista, tal como aparece en la película de Amenábar, no significa ni mucho menos que ella fuese feminista, esto es, defensora o reivindicadora de los derechos de otra mujer que no fuese ella misma. De hecho, en su selecto círculo de alumnos es significativo que no figure ni una sola mujer. Y no es porque entonces fuese insólita la presencia femenina en los círculos filosóficos. Por el contrario: aunque desconocemos los nombres de la mayoría de ellas, "la era neoplatónica produce un gran número de mujeres consagradas a la filosofía" (DZIELSKA 2006:127). Sosipatra, Asclepigenia y Edesia son, junto con Hipatia, algunos de los pocos nombres que han llegado hasta nosotros. La cuestión es por qué la filósofa de más renombre en la Alejandría de finales del siglo IV excluye a las mujeres de su círculo.

Por otro lado, tenemos el impactante episodio del paño menstrual, que aparece en la película, y que relata así la enciclopedia Suda:

"Era tan bella y bien parecida que uno de los que asistían a sus conferencias se enamoró de ella. Como era incapaz de controlar su deseo, le mostró un signo de su condición. Fuentes no fidedignas dicen que Hipatia intentó curarle su enfermedad mediante la música, pero la verdad es que la música no tuvo ningún efecto. [En realidad] ella trajo algunos de sus paños de mujeres [menstruales] y los arrojó delante de él, mostrándoselos como un signo su origen impuro, y dijo: Esto es lo que amas, joven, y no hay nada hermoso en ello. Su alma sintió tal rechazo y vergüenza ante una sorpresa tan desagradable a la vista, que recobró la prudencia".

Si el suceso tiene algún fundamento, la verdad es que no parece que Hipatia se sintiese muy orgullosa de su condición de mujer... O, cuando menos, parece que compartía la aversión platónica -y claramente androcéntrica- por las cuestiones relativas a la generación.

Sin embargo, el nombre y la historia de Hipatia no dejan de suscitar interés entre los círculos feministas. Hay al menos dos publicaciones académicas feministas con su nombre: una publicada en Atenas desde 1984, Hypatia: Feminist Studies, y la otra en la Universidad de Indiana desde 1986, Hypatia: A Journal of Feminist Philosophy. Precisamente en esta última revista, Ursula Molinaro publicaba en 1989 su apasionado artículo "A christian Martyr in Reverse: Hypatia". No he podido hacerme con el artículo, entre otras cosas porque la web que supuestamente te lo ofrece on-line lo hace sólo durante 24 horas y por el módico precio de 34$... (y luego llaman piratas a los que comparten archivos... yo llamaría ladrones a los que nos roban la información o pretenden lucrarse con ella). Me guío, pues, de los buenos resúmenes que nos ofrecen María Dzielska (op. cit., pp. 30-31) y Amalia González (Hipatia, Ediciones del Orto, Madrid 2002; pp. 61-62). Citaré in extenso este último, por ser el más conciso:

“Ursula Molinaro, novelando su figura, recrea una imagen de Hipatia tan experta en ciencia y filosofía como en cuestiones eróticas. Para ella el asesinato de Hipatia representa no sólo el fin de la racionalidad, sino el fin de la libertad de las mujeres. Hipatia, en esta semblanza, estaba casada con el filósofo Isidoro, cuestión que no impedía que tuviese otras relaciones amorosas sabidas y consentidas por su marido. Con Hipatia, a decir de Molinaro, muere la libertad de las mujeres, tanto en el ámbito del pensar como en el sexual. Hipatia era superior intelectualmente tanto a su padre como a su marido. Por otro lado, la relación con Orestes era una relación amorosa. Así el patriarca Cirilo, en versión de Molinaro, no sólo tiene envidia por la influencia que Hipatia ejercía en Alejandría, por los adeptos que le pudiesen ser restados, sino que estaba indignado por su adúltera conducta. Hipatia representaría en este caso no sólo la muerte de la cultura griega, sino del pensamiento libre para las mujeres y la iniciación en el camino de la sumisión cristiana”.

De un plumazo hemos pasado de una virgen que rechaza a sus amantes de la forma más drástica a una mujer con "muchas amistades amorosas", que escandaliza a Cirilo, no tanto por su sabiduría o influencia política, como por su "conducta adúltera". Ante tal derroche de imaginación, no es de extrañar el juicio que hace Dzielska:

"Gracias a sus arbitrariedades, invenciones y cambios, el texto de Molinaro llega considerablemente más lejos que todas las mitificaciones anteriores que se han propuesto justificar, recurriendo a Hipatia, distintas perspectivas sobre la historia, la religión y la Antigüedad griega".

Pero no queda aquí la cosa, pues en 1993 Gemma Beretta publica Ipazia d'Alessandria (Editori Riuniti, Roma), donde aparecen algunas apreciaciones tan desmesuradas como estas:

“Hipatia, la virgen justa que retorna al mundo, es la muerte del patriarcado”.
“Su palabra y su cuerpo son el desmentido viviente –encarnado– de toda la estructura ideológica que los Padres de la Iglesia han construido para dar legitimidad a su poder”.
“Con Hipatia y en Hipatia es el principio femenino del mundo, la Gran Diosa, quien es sacrificada”


Las citas las recoge Carlos García Gual, en su artículo "El asesinato de Hipatia. Una interpretación feminista y una ficción romántica".

La conclusión de todo esto es que va siendo imprescindible contar con una edición asequible de las fuentes documentales primarias sobre Hipatia, para saber exactamente lo que dijeron de ella los pocos que la mentaron en la Antigüedad, y así poder juzgar hasta donde llega la leyenda. En breve estará a punto la edición y traducción de tales fuentes que estoy preparando para que esté disponible en este blog.

domingo, 3 de enero de 2010

AGORAfilia y AGORAfobia (7bis): Por qué Sinesio no quería ser obispo

En respuesta a un comentario que no entendía las razones de Sinesio para rechazar, en principio -pues luego lo acepta-, el cargo de obispo, siendo como era un cristiano y habiéndose casado por el ritual cristiano, quisiera añadir algunos datos esclarecedores. En primer lugar, y antes de toda especulación, hay que escuchar lo que él mismo nos dice en su carta 105 que, a la sazón, escribió consciente de que, aunque dirigida a su hermano, "sin duda serán muchos los que lean la carta". En efecto, siglos después aquí estamos nosotros leyendo esta curiosa epístola que comienza del siguiente modo:

"Un necio sería yo si no les estuviera muy agradecido a los ciudadanos de Ptolemaida porque me consideran digno de lo que ni siquiera yo mismo me considero".

Lo primero que le preocupa a Sinesio es no estar a la altura del cargo.

"Yo siempre reparto mi tiempo entre estas dos cosas, la diversión y el estudio: estudiando, más que nada los temas divinos, me aíslo, mientras que, divirtiéndome, soy el más accesible".

Sin embargo, muy distintas han de ser, según Sinesio, las costumbres de un sacerdote:

"Para que cumpla con su compromiso lo vigilan miles de ojos, cuya utilidad es nula o poca si no se trata de alguien ya predispuesto , sensato y que no se rinde a ningún tipo de deleite. Además, en todo lo concerniente a Dios no podría aislarse sino que tendría que ser el más accesible a todos, un doctor de la ley que proclama lo legislado".

En segundo lugar, como ya hemos visto, no quiere renunciar ni a su mujer ni a sus ideas filosóficas platónicas.

Para terminar, y en relación no ya sólo a sus ideas filosóficas sino a su idea de lo que es la misma labor filosófica, nos expone su aristocrática -y muy platónica- concepción del saber, sin duda compartida por el círculo de Hipatia. Se trata del conflicto, habitual en la época, entre enseñanzas esotéricas, internas y para unos pocos expertos, y exotéricas, públicas y para el vulgo. El siguiente pasaje es bastante explícito al respecto:

"Lo mismo que la oscuridad es más beneficiosa para quienes tienen los ojos enfermos, así también acepto que para el vulgo la mentira constituya un beneficio y un perjuicio la verdad para quienes no son capaces de fijar la mirada en el radiante brillo de la esencia".

¿Qué puede hacer, con estas convicciones, un sacerdote, un obispo? He aquí la curiosa respuesta de Sinesio:

"Si esto me lo consienten las leyes del ministerio sagrado que voy a desempeñar, podría ejercerlo de la siguiente manera: en privado me dedicaré a la filosofía, pero en público contaré fábulas en mis enseñanzas".

Ahora dice "fábulas", pero antes ha dicho literalmente "mentiras", como beneficiosas para el vulgo. ¿Mentiras piadosas? Si hay una convicción firme para Sinesio es la siguiente:

"La verdad de lo divino debe ser algo inefable, la masa necesita un procedimiento distinto".

A cada cual, según sus capacidades. Sólo los más capacitados se atreven "a fijar la mirada en el radiante brillo de la esencia".

Tal concepción es compartida por platónicos, gnósticos, iluminados, espirituales, cátaros y, en general, sabios y chamanes de todos los tiempos y lugares, que saben que los cerdos desprecian las perlas, y que el camino que lleva al conocimiento es estrecho y escarpado, no apto precisamente para rebaños.

En mi opinión, el principal problema de Sinesio con el cargo que le ofrecen es que, por un lado, se siente más un filosófico lobo estepario que un religioso pastor de corderos, y, por otro, que le llaman más los disfrutes mundanos que los rigores monásticos. A pesar de todo, ocupó la sede episcopal. Con los malos tiempos que corrían para la heterodoxia, tuvo la precaución de morirse antes de presenciar el horrible asesinato de su maestra Hipatia...y antes de despertar las sospechas entre fanáticos de la ortodoxia, como nuestro amigo Cirilo de Alejandría.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (8bis): Cirilo versus Sinesio

Se me olvidaba decir que en el epistolario de Sinesio hay una carta (la nº 12) dirigida a Cirilo. Veamos cómo comienza:

“Vuelve, hermano Cirilo, junto a tu madre la Iglesia, de la que no fuiste separado de un tajo, sino que se te apartó durante un periodo determinado por la consideración que merecen tus faltas.”

No sabemos qué tipo de faltas eran esas, pero el caso es que conllevaron una suspensión temporal de las funciones de Cirilo como obispo (lit. próedros, “guía”). Aunque algunos estudiosos defienden que no se trata de Cirilo de Alejandría, otros investigadores, siguiendo a Wolfgang Meyer[1], sostienen no sólo que esta carta está dirigida al futuro arzobispo de Alejandría, sino que el tono de reproche con que Sinesio se dirige a Cirilo tendría que ver, a la larga, con el asesinato de Hipatia, amiga y maestra de Sinesio. Si así fuese, el asesinato de Hipatia podría interpretarse como un ajuste de cuentas de Cirilo con Sinesio. Desde luego, sería de una crueldad intolerable, si tenemos en cuenta que se trataría de una venganza post mortem, pues Sinesio ya había muerto dos o tres años antes de esos cruentos sucesos. Mas no sería nada extraño en un personaje que, no contento con excomulgar a Nestorio en el concilio de Éfeso, insistió en que se añadiese a los cánones de dicho concilio una lista de hasta doce anatematismos (del tipo: “si alguno no confiesa…tal y tal…sea anatema”). Con una saña vengativa poco acorde con las supuestas virtudes de un futuro santo de la Iglesia…

[1] W. A. MEYER, Hypatia von Alexandrien. Ein Beitrag zur Geschichte des Neuplatonismus, Heidelberg, 1886

miércoles, 23 de diciembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (8): La dudosa santidad de Cirilo de Alejandría

No voy a ser yo quien acuse a Cirilo de Alejandría de la horrible muerte de Hipatia: ya lo ha hecho Amenábar en su película, interpretando –por esta vez, con bastante fidelidad- las principales fuentes documentales que conservamos. Me limitaré a aportar algunas perspectivas para ayudar a trazar el perfil de un personaje que, aunque es titular de una plaza en el santoral, como un santo pastor entre las ovejas cristianas… también ha de tener su segunda vivienda en el infierno, cabrón entre cabrones, pues fue una pesadilla para muchos, algunos de los cuales, para más inri, eran tan cristianos como él.

Para empezar, quisiera mostrar el marcado contraste entre este “santo padre” –así considerado por las iglesias Católica, Ortodoxa y Copta- y un contemporáneo suyo que ya nos es familiar: Sinesio de Cirene. Ambos nacieron más o menos en la misma fecha, 370, y ambos ejercieron de “supervisores” –eso significa literalmente episcopos, obispo-, el uno en Alejandría y el otro en la Ptolemaida. Pero aquí terminan las semejanzas, pues mientras Sinesio fue, como sabemos –porque él, en su carta 105, se encargó bien de que lo supiésemos- un obispo casado y padre de tres hijos, Cirilo estaba soltero y sin hijos -que sepamos-, aunque ello no fuese obstáculo para convertirse en “padre” de la Iglesia…

Sinesio es alumno de Hipatia, y le es fiel, como hemos visto (carta 124), más allá de la muerte…mientras que Cirilo no sólo no asiste a las clases de Hipatia –a las que, como sabemos, asistían muchos cristianos cultos y poderosos- sino que, por los hechos, parece que la odiaba a muerte…

Mientras que Sinesio rechaza en principio el cargo de obispo –que, sin embargo, le ofrecían por aclamación-, Cirilo sucede a Teófilo en Alejandría de un modo un tanto dudoso y conflictivo: según Sócrates Escolástico, fue causa de todo un motín en Alejandría, pues se hizo con el poder contra la opinión de muchos, que preferían al archidiácono Timoteo. Al aceptar el cargo, Sinesio deja bien claro –carta 105- que no va a renunciar a sus ideas filosóficas platónicas, aunque contradigan la ortodoxia; por el contrario, Cirilo ejercerá implacable –y hasta con saña- de paladín de la ortodoxia y martillo de herejes -véanse, si se tiene tiempo y humor, los 10 tomos que ocupa su obra en la Patrología Griega de Migne (68 a 77), gran parte de los cuales está dedicada a combatir la herejía de Nestorio-.

Precisamente, una de las heterodoxas concepciones de Sinesio había sido la de un Espíritu Santo en femenino: Espiración Santa –traducción literal de Hagía Pnoía-, a la cual llama “madre” y “la que dio a luz a la raíz oculta” (Himno 2), tal vez haciéndose eco de la corriente gnóstica que estaba intentando reubicar a la ancestral Diosa Madre en un panteón –ahora desierto y patriarcal- del que había sido desalojada.

Muy distinto fue el empeño de Cirilo de imponer una extraña concepción ginecológica que salvaguardase la consustancialidad del Padre y del Hijo, a saber: que María, por si no tenía poco misterio con ser Virgen, también era Theotokos, Madre de Dios. Lo cual, por un lado, no quiere decir que sea el origen de Dios –pues Dios es anterior a ella-, y por otro, nada tiene que ver con la Diosa Madre. Clarísimo… ¿no?

Sea como fuere, la idea triunfó y sirvió para machacar a Nestorio en el concilio de Éfeso, en 431. Merece la pena detenerse a echar un vistazo a ese concilio…tan poco conciliador -¿lo ha sido alguno?- que se ha llamado ecuménico -lit. “para todo el mundo habitado”-, cuando lo cierto es que fue una reunión bastante provinciana, amañada y monocolor. Decía Gregorio Nacianceno en 382 “que no ha visto que ningún concilio tenga éxito ni que remedie los males, al contrario, que los aumenta”. La cita es de José María Blázquez Martínez, catedrático emérito de Historia Antigua en la Universidad Complutense y académico numerario de la Real Academia de la Historia. De la mano de tan erudita y prestigiosa autoridad, cerraremos este perfil de Cirilo de Alejandría. Tal vez responsable del horrible asesinato de Hipatia, perseguidor de paganos, judíos y cristianos heterodoxos, al conseguir el nombramiento como patriarca de Alejandría,

“la primera medida que tomó Cirilo fue cerrar las iglesias de los novacianos, y apoderarse de todos los objetos sagrados que guardaban, y quitó al obispo novaciano Teopompo todo lo que poseía. Había motivos de lucro en cerrar las iglesias de los contrarios, no razones de fe, es decir, avaricia”[1].

Pero no acaba aquí la cosa:

“Los sobornos del patriarca de Alejandría, Cirilo (370/444), es el caso conocido más descarado y cínico de sobornos. Llegó a sobornar, no sólo a la corte imperial de Constantinopla, sino hasta al mismo emperador (…)

Realmente, lo que sucedía en tiempos de los Concilios de Éfeso y de Calcedonia (451) fue una feroz lucha por el poder entre las Iglesias de Alejandría y de Constantinopla, como muy bien afirmó Gregorio Nacianceno en el texto mencionado. Se luchaba en los Concilios por el poder. Por ambiciones desmesuradas, Teófilo de Alejandría y su sobrino Cirilo, lucharon duramente para que Juan Crisóstomo y Nestorio fueran depuestos de las sedes de la capital del Imperio bizantino, y lo consiguieron sobornando a los emperadores y a la corte. Con sobornos se compraba a los emperadores, que constituían la más elevada autoridad dentro de la Iglesia, cuya decisión era definitiva”[2].

Con santos así… para qué queremos diablos…



[2] BLAZQUEZ, J.M., “El soborno en la Iglesia Antigua”; en: G. Bravo - R. González Salinero (eds.), La corrupción en el mundo romano, Madrid, Signifer, 2008, 249-263


domingo, 20 de diciembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (7): Sinesio, cristiano heterodoxo

Que Sinesio de Cirene compartía con la divina Hipatia el interés por la mística pitagórica de los números celestes queda bien claro, además de por lo ya referido anteriormente, por estas palabras que aparecen en su breve tratado –en realidad, una larga epístola- titulado A Peonio, sobre el regalo: “Y es que la astronomía es ella misma una ciencia muy digna y quizá podría servir de ascenso hacia algo aún más venerable: yo la considero un paso ya próximo a la inefable teología”. Precisamente en ese tratado cita un bello poema de Ptolomeo, en el que el príncipe de los astrónomos confiesa:

“Sé que soy mortal y efímero, pero, cuando de los astros / investigo las continuas revoluciones circulares, / ya no toco con mis pies la tierra, sino que junto al propio / Zeus me sacio de ambrosía, alimento de los dioses” (Antología Palatina IX 577)

(Estaba pensando en cuán diferente es el paradigma de la ciencia actual, en el que los astrónomos raramente son poetas y mucho menos místicos…Y no será por falta de concepciones colosales –v. g. el Big Bang- y de visiones sublimes –v. g. las nebulosas o las galaxias contempladas con el ojo mágico del telescopio-)

Amigo tanto de las armas y la caza, como de los caballos y los libros, Sinesio residió en Alejandría durante tres o cuatro años (393-395), en los que fue un alumno aplicado de Hipatia. En su siguiente estancia en Alejandría, en 403, contrae matrimonio con una cristiana de la nobleza, y será el arzobispo Teófilo quien les case. Tendrá tres hijos con ella, dos de ellos gemelos, que trágicamente morirán uno tras otro y antes que él en menos de diez años. Curiosamente, siendo ya obispo, se consuela de tales muertes leyendo no la Biblia sino a Epícteto (carta 126). Es en el año 410 cuando, muerto el metropolitano de la Ptolemaida, el pueblo y el clero lo aclaman como sucesor en el episcopado. Se niega rotundamente al principio, y luego acepta no sin poner una serie de condiciones, entre las cuales está el conservar tanto a su mujer como a sus convicciones platónicas sobre la preexistencia del alma y su inmortalidad –que no resurrección-, así como la eternidad del universo. Leamos algunos extractos de la carta 105, dirigida en el verano de 410 a su hermano Evoptio:

“A mí, fueron, en efecto, Dios, la ley y la sagrada mano de Teófilo quienes me entregaron a mi mujer. Declaro, pues, públicamente y ante todos doy testimonio de que yo en absoluto me separaré de ella y tampoco conviviré con ella a escondidas como un adúltero (que lo uno no es piadoso y lo otro no es legal), sino que mi deseo y mi ruego serán tener muchísimos y buenos hijos”.

“Es difícil, por no decir de todo punto imposible, sacudirse las doctrinas que han llegado a ser demostradas científicamente y sabes también que, muchas veces, la filosofía choca de plano contra esas otras doctrinas más divulgadas. Seguro que yo nunca sostendré la creencia de que el origen del alma es posterior al cuerpo. No admitiré que al cosmos y a sus partes les espera una destrucción conjunta. La tan traída y llevada resurrección la considero algo sagrado e inefable y bien lejos estoy de coincidir con la opinión de la masa”.

“Si me llaman a este sagrado ministerio, no me resignaré a sostener fingidamente unas doctrinas: de ello pongo a Dios por testigo y también a los hombres”.

Fue bautizado posteriormente a su elección como obispo, aunque ya era cristiano cuando asistió a las clases de Hipatia. Precisamente algunos de los Himnos que escribió en esa época reflejan su gnóstica y heterodoxa concepción de algunos de los dogmas cristianos, como el de la Trinidad, así como sus visiones de astronomía mística. Así comienza el Himno 5:

“De nuevo la luz, de nuevo la aurora, de nuevo el día resplandece tras la tiniebla noctívaga. Canta de nuevo, corazón mío, en himnos mañaneros a Dios, que dio la luz a la aurora, que dio a la noche estrellas, coro que danza alrededor del universo”.

Y así describe a la Trinidad:

“La única fuente, la única raíz brilla bajo la forma de una triple luz: pues allí el abismo del Padre, allí también el Hijo glorioso, ese alumbramiento del corazón, sabiduría artesana del universo, y el resplandor de unidad de la Espiración Santa brilla”.

Obsérvese que al Espíritu Santo lo nombra en femenino: Hagías Pnoiâs: Santa Espiración o Exhalación. Tendremos ocasión de comentar estas sorprendentes y heterodoxas concepciones teológicas.

Platónico de ideas, y de gustos muy mundanos, el obispo casado Sinesio no deja de sorprendernos con sus esotéricos intereses. Regresando a su hogar tras una visita a Alejandría en 405, escribe un tratado “inspirado por Dios mismo” –según sus propias palabras- titulado Sobre los sueños, que enseguida envía a Hipatia para que le dé su visto bueno. En él defiende la capacidad humana para la adivinación y predicción del futuro, basándose en la interpretación de los sueños que aprendió de la filosofía neoplatónica. Junto con este tratado envía otro a su maestra, también para su supervisión, titulado Dión, o sobre su norma de vida. En él nombra como los más santos y sabios de los hombres a Amón, Zoroastro, San Antonio (el ermitaño) y Hermes. Cita también los escritos herméticos, así como los Oráculos Caldeos, en otras obras suyas, y desde luego están presentes en las imágenes utilizadas en sus Himnos.

Un episodio enigmático es la petición desesperada que en la carta 15 le hace a su maestra Hipatia para que le fabrique un “hidroscopio”, diciéndole literalmente: “La fortuna me es tan desfavorable que necesito un hidroscopio”. Frente a aquellos que defienden que se trata de un instrumento sólo utilizable para experimentos químicos, Dzielska, apoyada en una obra astrológica de la época, en la que Hefestión de Tebas afirma que el hidroscopio se puede utilizar para la adivinación y la preparación de horóscopos, sostiene lo siguiente: “Sinesio, dominado por la desesperación, abandonado por sus familiares más cercanos, busca consuelo y liberación en la hidromancia. Quiere consultar a los dioses del agua sobre su futuro”. (DZIELSKA 2006:91)

A todo ello se suma el curioso hecho de que uno de los primeros tratados de alquimia helenística conocidos se le atribuya a Sinesio; se trata de la carta titulada De Sinesio el filósofo a Dióscoro, anotaciones al libro de Demócrito. Como dice Dzielska, “no es sorprendente que este discípulo de Hipatia (y quizá de Teón), enfrascado en la interpretación de los sueños, la astrología y los experimentos físicos, llegue a ser reconocido como uno de los primeros expertos en los secretos de la alquimia”. (DZIELSKA 2006:91-92)

viernes, 11 de diciembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (6): Sinesio, el fiel discípulo de la venerable Hipatia

Si hay un detalle en la película de Amenábar que me incomode especialmente es la manipulación de la figura de Sinesio en las escenas finales. En primer lugar, no podría en modo alguno haber estado presente en los momentos finales de Hipatia…pues había muerto dos o tres años antes, en 413. Precisamente en este año, al borde de la muerte, le escribe tres cartas (10, 16 y 81) en las que le pide consuelo para su desesperada situación. Lejos de traicionar a su maestra, o cuando menos justificar su condena, tal como sugiere el guión, Sinesio le es fiel hasta la muerte, como ya le había prometido años antes, en 396, en una carta apasionada que comenzaba con unos versos de la Iliada: “aun cuando uno se olvide de los muertos en la mansión de Hades, yo, incluso allí, me acordaré”…a los que añade: “de la querida Hipatia” (carta 124). Ya hemos citado anteriormente los respetuosos tratamientos con los que se dirigía a su maestra. Añadiremos hoy uno especialmente significativo, que aparece en una de esas últimas cartas, la 81: “y lo cierto es que, aparte de la virtud, eres tú a quien considero un bien inviolable (agathòn ásylon).” Por cierto, que en esa misma carta nos refiere lo que podrían ser tal vez las únicas palabras textuales que conservamos de Hipatia, a saber, la forma cariñosa en que acostumbraba ella a dirigirse a él: “tú me llamabas «el bien de los demás (allóttrion agathòn)»”. Amigos así no se traicionan, sobre todo si el motivo había de ser una cuestión de ortodoxia, a la cual eran ajenos tanto Hipatia como Sinesio. Tendremos ocasión de comprobar lo alejado que estaba Sinesio de los rigores dogmáticos de la ortodoxia.

Otro detalle que no encaja con respecto a Hipatia es que no pasan los años por ella, cuando en la película se abarca un periodo de casi 25 años: del 391, fecha de destrucción del Serapeo, hasta el 415, fecha del asesinato de Hipatia. Amenábar parece también aquí apostar por la leyenda de una Hipatia no sólo muy sabia, sino también muy bella hasta el momento mismo de su muerte, cuando es probable que al morir contase con más de 50 o incluso más de 60 años. Así lo da a entender en su Cronografía Juan Malalas (†578), cuando, después de describir su muerte, dice taxativamente: “era una mujer vieja (palaià gynê)”. Y así parece sugerirlo el hecho de que en la enciclopedia bizantina Suda (s. X) se refiera que Hipatia alcanzó su madurez o florecimiento (acmé), que se calculaba en torno a los 40 años, bajo el reinado de Arcadio, es decir, entre 395 y 408; si así fue, al morir en 415 tendría entre 47 y 60 años, es decir que es muy probable que superara los 50. Y es lógico que así fuese, sobre todo por el respeto del que gozaba entre los políticos de su tiempo, que se dejaban aconsejar por ella. Además, lo contrario es bastante improbable, pues si fijamos su nacimiento, como quieren algunos, en torno a 370, tendríamos a una Hipatia dando clases en 393 a un Sinesio de su misma edad: ¡23 años! Insisto, no concuerda con el trato respetuoso que siempre le da Sinesio en sus cartas, en especial en una de las últimas, donde la llama “madre, hermana, maestra” (carta 16) No parece muy probable que se le ocurriese llamar “madre” a una mujer de su misma edad…

domingo, 29 de noviembre de 2009

AGORAfilia y AGORAfobia (5): Hipatia, matemática y mística

Consideremos ahora por qué estimo inadecuada la otra opinión generalizada sobre el tema de la película ÁGORA, es decir, por qué creo que no se trata de un conflicto entre razón y fe, entre ciencia y religión. En este, como en otros asuntos, la película se muestra ambigua. Por cierto, que a ello se debe el título que acompaña a estas digresiones, AGORAfilia y AGORA fobia: mi relación de amor/odio con un film excepcional en muchos sentidos –sobre todo los técnicos- y deficiente en algunos otros -sobre todo en las manipulaciones de los documentos que el guión se permite-. La película nos presenta, en principio, a una Hipatia dedicada, tanto en sus clases como en sus indagaciones particulares, casi exclusivamente a cuestiones matemático-astronómicas. De este modo, con una visión cronocéntrica que proyecta sobre el pasado nuestros esquemas actuales en torno a la ciencia, se nos presenta a una Hipatia inmersa en cuestiones estrictamente científicas y ajena totalmente a cuestiones de tipo espiritual. Vamos, que es una científica muy alejada de las especulaciones teológicas. Si eso es lo habitual en nuestros días, lo cierto es que tal divorcio entre ciencia y religión no se llevó a cabo hasta bien asentadas las ideas de la Ilustración. El mismísimo Newton no veía en el espacio y el tiempo absolutos otra cosa que la presencia perenne e ilimitada de Dios.

En la película se pasa por alto el hecho de que Hipatia era una filósofa neoplatónica. Tal vez más cercana al intelectualismo de Porfirio que a la teúrgia de Jamblico o de Proclo, pero en cualquier caso preocupada por cuestiones espirituales del más alto nivel. Según nos cuenta Porfirio, en su biografía de Plotino, el fundador del neoplatonismo experimentó hasta cuatro éxtasis místicos en su presencia. En su Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía y la religión[1], Sir William Cecil Dampier lo expresa claramente: “El neoplatonismo y la primitiva teología cristiana crecieron juntas, reaccionando recíprocamente una sobre otra –en realidad, acusándose mutuamente de plagio-. El cristianismo, lo mismo que el neoplatonismo, está basado en el presupuesto fundamental de que la realidad última del universo es espíritu, y en la edad patrística adoptó la actitud suprarracional neoplatónica.” (DAMPIER 1997:94)

No podía ser de otro modo, cuando, desde Pitágoras y Platón la geometría y la astronomía no eran sino los vehículos más puros y adecuados para acercarse a las cuestiones divinas, algo así como el lenguaje de los dioses. Y así, sin duda, lo entendía Hipatia y lo trasmitía a sus discípulos, según da fe Sinesio cuando se refiere a sus enseñanzas como la “sagrada geometría” (hierâs geometrías) o la “divina geometría” (theía geometría) (carta 93). Precisamente es de las cartas de Sinesio de donde podemos extraer material suficiente para hacernos una idea de las enseñanzas de Hipatia. Así lo hace magistralmente María Dzielska en el libro citado. Baste con mencionar los significativos tratamientos que la filósofa recibe de su fiel discípulo Sinesio: “muy venerable filósofa, predilecta de la divinidad” (carta 5); “la auténtica maestra de los misterios de la filosofía” (carta 137); “esa sagrada mano que medió entre nosotros” (cara 133); “tu alma divinísima” (carta 10); “su divina voz” (carta 5)

Este vínculo clásico y habitual entre matemática y mística estuvo sin duda presente en la educación de Hipatia, pues su padre, el matemático Teón, era muy dado a los misterios y a las revelaciones de Hermes y de Orfeo. “Empapada en la tradición, la familia lee con toda seguridad la revelación de Hermes, los escritos teológicos órficos, diversos textos griegos de adivinación y manuales de astrología” (DZIELSKA 2006:90) Un poema astrológico que figura en el Corpus Hermeticum, entre los Extractos de Estobeo (XXIX), ha sido atribuido a Teón:

DE HERMES. [SOBRE EL DESTINO][2]

Siete astros errantes por todo el espacio describen su órbita en el umbral del Olimpo y la eternidad avanza por siempre entre ellos: la Luna luz de la noche, el sombrío Crono, el dulce Sol, la pafiana[3] con el lecho nupcial, el agresivo Ares, Hermes el de las bellas alas y Zeus protogenerador, de quien la naturaleza nació. Repartido está entre ellos el linaje humano y en nosotros habitan la Luna, Zeus, Ares, Afrodita, Crono, Helios y Hermes, pues del etéreo aliento aspiramos llanto, risa, cólera, generación, palabra, sueño y deseo. El llanto es Crono, la generación Zeus, la palabra Hermes, la ira Ares, el sueño Luna, el deseo la de Citerea[4] y la risa Helios, porque, en justicia, por él ríen toda inteligencia mortal y el ilimitado cosmos.

Al parecer, según los estudiosos del tema, tal interés por las ciencias ocultas era habitual entre los matemáticos alejandrinos (cf. G. Fowden y J.C. Haas, en DZIELSKA 2006: 89)

Matemática y mística irán de la mano al menos hasta Boecio (480-525), tal vez el último baluarte de tal espíritu de la antigua filosofía, que escribió compendios, comentarios y tratados inspirados en los griegos sobre las cuatro disciplinas matemáticas que enseñaban los pitagóricos -aritmética, geometría, astronomía y música-, a las que denominó quadrivium, y que sirvieron de base para la enseñanza en las escuelas monacales del Medioevo. Poco después de su muerte, por una orden de Justiniano en 529 se cierran las escuelas de filosofía de Atenas “en las que por aquél tiempo se enseñaba un neoplatonismo místico medio cristiano: con ello pretendía el emperador borrar, por una parte, los últimos vestigios de la enseñanza de la filosofía pagana, y, por otra, suprimir toda competencia con las escuelas cristianas oficiales.” (DAMPIER 1997:97)

Habrá que esperar al Renacimiento para reencontrar esos aires de divina geometría. En el siglo XV, el cardenal y filósofo Nicolás de Cusa, en De docta ignorantia, recordaba así esa tradición mística:

“De tal modo Boecio, el más ilustre de los romanos, sostenía que nadie que no se ejercitara profundamente en las matemáticas podría alcanzar la ciencia de las cosas divinas. ¿Acaso Pitágoras, el primer filósofo, tanto por el nombre como por los hechos, no puso en los números toda la investigación de la verdad?”[5]

Precisamente en ese primer libro de La docta ignorancia, Dios es presentado por Nicolás de Cusa como la plenitud a la que nada falta. Él es la coincidentia oppositorum, pues en Él coincide todo lo que fuera de Él es pensado como distinto por nuestro entendimiento. En el infinito los contrarios se concilian, como nos muestra la Geometría, pues la curva de una circunferencia de radio infinito puede pensarse como una recta:


“Así pues, si la línea curva tiene menos curvidad cuando la circunferencia sea de mayor círculo, la circunferencia del círculo máximo, mayor que la cual no puede haber otra, es mínimamente curva, por lo cual es máximamente recta.” (lib. I, cap. XIII)

El espíritu pitagórico del cusano influyó sin duda en Johannes Kepler, el responsable de dar cobertura matemática al heliocentrismo de Copérnico con sus famosas tres leyes sobre el movimiento de los planetas en sus órbitas elípticas. Sin embargo, suele olvidarse que su ocupación oficial eran los almanaques astrológicos, que estaba convencido de que Dios creó el mundo teniendo en mente a las armonías matemáticas, y que por ello la primera formulación de la tercera de sus famosas leyes aparece en un libro esotérico de 1619 que rezuma pitagorismo: Harmonices Mundi, Las Armonías del Mundo. Los pitagóricos habían logrado conjugar las cuatro divinas artes matemáticas –aritmética, geometría, música y astronomía- en una visión colosal y sublime: la música de las esferas. El razonamiento que les llevó hasta ello es, desde sus supuestos, impecable: todo movimiento armónico –vibración, diríamos hoy-, produce un sonido; el movimiento más perfecto es el circular; los astros se mueven con movimiento circular; luego los astros producen al moverse…un sonido perfecto. Se cuenta que a Pitágoras le objetaban: “¿y cómo es que no se escucha tan maravillosa sinfonía cósmica?” Y que él, al parecer, respondía: “porque hacemos demasiado ruido…” Amén. Parece ser que Kepler no se resignaba a sufrir este mundanal ruido y, ni corto ni perezoso, se aplicó al titánico proyecto de escribir algo así como la partitura de esa sinfonía cósmica, relacionando los poliedros perfectos o sólidos de Platón con determinadas escalas musicales y con los movimientos planetarios. Tan apoteósico como indescifrable. Para quien quiera adentrarse en los laberintos geométricos de la obra original ahí van unas muestras:

Aterrizando de nuevo en Alejandría, quiero aclarar por qué decía que el film de Amenabar se mostraba, a mi parecer, ambiguo a este respecto. Si bien, como he dicho al principio, se nos dibuja a una Hipatia aplicada con asepsia a la astronomía, sin contaminación aparente de especulaciones metafísicas, al final una escena, en mi opinión muy lograda, nos la muestra, a punto de morir -ahogada por piedad por su antiguo esclavo Davo- en actitud casi de éxtasis místico contemplando como la claraboya circular del templo en el que se halla -¿el Cesarión?-, vista desde el lado donde ella está situada....¡es una elipse! Y es que anteriormente se nos había sugerido que tal vez a Hipatia, experta en las secciones cónicas, se le habría ocurrido lo que siglos más tarde descubriría –no sin gran disgusto para sus pitagóricas creencias- el citado Johannes Kepler: que los planetas no se mueven en órbitas circulares, sino elípticas. La sugerencia del guión según la cual Hipatia habría hecho compatible su devoción pitagórica por el círculo con el nuevo hallazgo al darse cuenta de que la elipse no es más que un círculo visto en perspectiva, me parece magistral. Al menos al final se nos muestra un resquicio de la divina geometría de la que hablaba Sinesio…


[1] En Tecnos, Madrid, 1997

[2] Cito la traducción de Xavier Renau Nebot en Textos Herméticos, Gredos, Madrid, 1999; p. 417

[3] Se refiere a Afrodita, de quien se dice que nació en la ciudad chipriota de Pafos

[4] La isla jónica de Citera es otro de los lugares que se atribuyen el nacimiento de Afrodita

[5] Libro I, capítulo XI; página 49 de la edición en castellano de Aguilar, Madrid 1981

Datos personales

Filósofo, poeta, y antropólogo un tanto misántropo